viernes, 19 de diciembre de 2014

Ciudad / Centro: La sexta huele a deseo

Es una de las calles más emblemáticas de Pereira en este nuevo siglo, con la ciudad herida de un extremo a otro por una arteria abierta para que circule en ella la temida masa verde del Megabús. Una amplia calle que invita a la lujuria.
 
Calle hombre, calle mujer, calle ambigua… la sexta es amalgama, muestra de una ciudad que a todos les vende la idea de tener, la posibilidad de desear, así en su recorrido muros invisibles separen a quien desea de aquello deseado.
Por: Jhonwi Hurtado
Pereira, como cualquier ciudad, tiene muchas calles, ellas guardan y crean historias; el paso del tiempo se refleja en las estructuras arquitectónicas que ornamentan cada vía. La ciudad es una de día y otra de noche, tiene un olor diferente cuando el cielo oscurece.
La calle sexta es una de las venas de Pereira, por allí pasan personas a cada hora y minuto del día, el comercio, el deseo, la música y el encuentro entre personas hacen parte de la historia que día a día se teje por los andenes de esta vía de la ciudad, esa ciudad que ha sentido el impacto del tiempo en sus costumbres, esa ciudad que  durante un tiempo se construyó  en tapia,  barro y  bahareque; hoy los materiales para construir distan mucho de ese olvidado hacedor de casas. Caminar la sexta es reconocer el paso del tiempo y ver de frente los cambios entre generación y generación.
Allá donde empieza el Viaducto Cesar Gaviria Trujillo, empieza una calle en Pereira,  lo primero que  muestra a los ojos de las personas es una esquina pintada de azul y blanco con un local que tiene por nombre “Tienda mixta El Bienestar”. Allí se respira la Pereira antigua, el caos aún no se apodera de la ciudad. El eco de los boleros se combina con el estridente paso del Megabús que penetra el laberinto pereirano por una de las venas: la concurrida carrera sexta. Una vía que enseña el impacto del comercio; el ayer, el hoy y el mañana protagonizado por colores, olores y personas.
Caminar es conocer, y caminar por esta calle es conocer y recorrer. El tramo es angosto a la altura de la calle 12, el sol empieza a esconderse y las nubes, algunas oscuras, van cubriendo el cielo de la ciudad. En la tienda mixta El Bienestar aun venden viruta y en su techo cuelga una polvorienta caperuza, artículos que agonizan con el pasar de los años.

 Al caminar un par de cuadras el sonido de la ciudad se hace evidente. Las personas caminan, impera la indiferencia y, en algunos, la desconfianza se hace presente cuando un hombre se acerca con algo para vender o para pedir una moneda. La tarde aún agoniza, pero los colores vivos de las telas que exponen las tiendas ubicadas allí, una enseguida de otra, dan a entender que el día no termina, por lo menos no el día comercial.
El Megabús vuelve a pasar y las palmeras que acompañan toda la calle se mueven al unísono. Unos metros más adelante las ventas de textiles han cambiado a boutiques, que más adelante pasan a ser centros comerciales. Zapatos, vestidos, faldas, se ven expuestos en los miradores de cada local. Allí no se escucha el “a la orden, ¿qué necesita?”. Una calle no apta para compradores compulsivos. En el aire se percibe un olor único, uno que representa la codicia por los objetos o los cuerpos: dinero y fluidos corporales se amalgaman. El caos vehicular y el número de personas, que caminan casi todas con rapidez, aumentan. “Hola, ¿tú qué haces por acá, vienes de compras?”, le pregunta una mujer a otra mientras miran el vestido de novia que lleva puesto un maniquí.
El tiempo sigue caminando y la noche llega. Los centros comerciales han cerrado sus puertas, y con ellos, las boutiques y las tiendas textiles. 
La historia de Pereira hace parte de esta calle, al caminarla se encuentran edificios que guardan alegrías y tristezas, otros, como la antigua clínica del Seguro Social, aloja el recuerdo de muchos pereiranos que nacieron allí, y el de otros que murieron. Más adelante está la casa del versificador Luis Carlos González Mejía, parada en bahareque embutido en guaduilla, construida entre 1910 y 1920.
El trecho que sigue es angosto, con la noche llegan otros habitantes; ahora los jóvenes que practican skate ruedan sobre las tablas en la soledad de la calle, otros comparten sentados en un andén, con los pies extendidos en la calzada, por lo menos mientras vuelve a pasar el dueño de la vía, el temido Megabús que pareciera arrasarlo todo con su mole descomunal.

Los café-bar se nutren de personas que llegan a dialogar, ahora la música que predomina el ambiente pasa a ser el rock que sale de los bares que han abierto sus puertas. El color oscuro predomina en la vestimenta de los transeúntes y de quienes se encuentran en los bares acompañados de una cerveza, forjando diálogos y creando historias que al día siguiente pasan a ser recuerdo. Tal vez acá empieza la sexta que todos conocen.
La esquina de la calle 24, cercana al parque El Lago, es tal vez la más concurrida de toda la sexta. Rodeada de bares y de una curva que se hace llamativa para andar sobre diminutas ruedas, pareciera el sitio de encuentro del mayor deseo: deseo de hablar, deseo de conocer personas, deseo de tomar algo. No es raro ver una botella que pasa de mano en mano, tampoco es raro ver abrazos de saludo y palabras de despedida. No importa la edad, este es el sitio que acoge a muchos jóvenes y adultos que allí se sienten como en familia, identificados, libres. Huele también a feromonas.
La noche sigue su rumbo, la lluvia amenaza con dejarse caer sobre los cuerpos ambulantes de la calle y rebotar en el asfalto, en la esquina siguiente se encuentran más bares, uno de ellos tal vez el más antiguo de la ciudad y, frente a él, un lugar que difiere mucho del rock, una cantina donde el despecho es el himno, la vestimenta para nada es oscura, la sexta se presta incluso para la diversidad musical.
La noche pronto terminará, en la mañana la sexta volverá a ser la calle del comercio, la calle que detiene el tiempo en algunas partes y en otras lo acelera, el lugar en el que de día se camina rápido y en la noche lento. Lo único que permanece de día y noche en la sexta es el olor a deseo; no importa qué se desee, allí los deseos se cumplen.



1 comentario:

  1. El común denominador es también la incultura ciudadana con ruido estridente en bares camuflados y las paredes como papel donde se expone lo peor del ser: rayas, símbolos, palabras hirientes, la sexta de antaño donde el comercio podía ser y olía a café, se ha convertido en un amasijo de "deseos insatisfechos" las noches de viernes y sábado, sin un control mínimo al respecto.

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