miércoles, 16 de abril de 2014

El Otoño: crían gallos para ganarle al mundo

Jhon Mafla no sabe quién es Juan Rulfo. Pero quizá sí oyó sobre “El gallo de oro”. Tal vez en alguna versión televisiva de la famosa novela del escritor mexicano. Por eso, como Dionisio Pinzón, el obsesivo personaje de esa obra literaria que cuida al aguerrido gallo sin un ala, asimismo, John vigila desde el andén de su casa a los 17 gallos finos que permanecen atados a sendas estacas en un peladero de tierra aledaña a su casa en el barrio El Otoño de la Comuna Villasantana.

Para darles fuerza, Jhon los deja algunas horas sobre una cuerda.

Piquiña, Grillo, Colorado, El Gallino, El Mono… son los nombres no oficiales de los ejemplares que sustentan esta empresa integrada por tres de los hermanos Mafla junto con dos amigos. Varios de ellos son tuertos, algún otro era ciego y murió luego de 42 combates y 9 años de bañarse con sangre propia y ajena.
La Popa y La Virginia, entre otras galleras, han visto desfilar los gallos que combaten en medio de los gritos de aliento y las ansias de ganar para tener en los bolsillos los frutos de esa otra forma de lotería que son las apuestas. Efímeras noches de gloria para sus dueños que se celebran con unos buenos tragos de aguardiente, el mismo que mezclado con hojas de marihuana se emplea para embravecer a los gallos recién afeitados.
El Mono es un gallo ecuatoriano que ha ganado varias peleas.
Son pocos los mitos que dice practicar este joven gallero de apenas 20 años, una afirmación que pareciera desmentir el conocimiento de su oficio, pero cuando los toma con amorosa dedicación para subirlos a una cuerda –“para que cojan fuerza en las patas” – queda claro que lo suyo es pasión. Eso se refuerza al observarlo cuando pasea por cada uno de ellos la mirada lánguida de sus ojos color café.
Al fondo, una ramada construida con madera y plástico alberga las jaulas para los 17 ejemplares mayores y unos cuantos pollos que esperan el día señalado para empezar su adiestramiento. Mientras tanto, gallos y pollos consumen maíz con ají, más dosis diarias de Complemento B y “cuido” –así dice– para peces y perros.
Para Jhon estos gallos son su objeto amor y el de sus hermanos. Son duros ejemplares que lo dan todo cada día y en cada pelea, para no caer en la arena bañada de sangre que protagoniza el círculo de su pequeño mundo, aquel mismo que Jhon no quiere manchar con las valiosas gotas que fluyen por sus venas mientras recorre las calles de una ciudad que pareciera no darle un seguro de vida a los jóvenes de su comuna.




1 comentario:

  1. Horrible articulo escrito de tal manera que enreda al lector haciéndolo creer que un acto de barbarie como las peleas de gallos tienen algo de artístico.

    ResponderEliminar