lunes, 8 de agosto de 2016

Editorial / La ciudad

Una ciudad es la suma de múltiples elementos, algunos de ellos tangibles: parques, calles, edificaciones, monumentos y, por supuesto, la vivienda de quienes la habitan, por mencionar algunos. Otros, no tangibles, constituyen en sí la esencia de la ciudad, así lo tangible sea el valor simbólico reconocido hacia afuera.

¿Pero cuáles son esos intangibles que constituyen la esencia de ciudad para quien la habita? El primero de ellos es el sentido de pertenencia, esa extraña noción de sentirse “atado a” con unos lazos aceptados y casi siempre deseados.

También emerge con fuerza el saber que allí están los seres amados, las personas que convierten el devenir cotidiano en una geografía espiritual de hondo calado y mucho significado. Es comprender que en la ciudad está la razón de ser del existir, representado en una o varias personas. En este caso la pertenencia se convierte en un gesto amoroso, cálido, algo que abraza mientras se deambula por ella. Allí están todos los afectos posibles y sin ella no habría posibilidad para encontrarlos y reconocerlos.

Otro elemento se refiere al orgullo que concita la ciudad en nuestros corazones. Es un sentimiento que puede calificarse como chovinista, pero que si se mira con cuidado es más que necesario para saber que la ciudad es nuestra esfera de mundo, nuestra proyección como individuos y la percepción clara de que es un lugar hecho a la medida de nuestros deseos.

Parodiando a cierto autor, la ciudad es una invisibilidad en su conjunto, pero se asume como la suma de lo posible para ganar visibilidad como sujetos y como ciudadanos. Somos ciudadanos en la medida en que nuestra ciudad nos representa, nos magnífica y enaltece. La ciudad es la concreción de la idea abstracta de ser habitante de su entorno, la ciudad convierte en posible el sueño de existir en un lugar.


La ciudad nos visibiliza en la medida que nos acepta. ¿Qué tanto acepta Pereira a sus habitantes? 

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