lunes, 22 de agosto de 2016

Editorial / Fiestas

Las fiestas son la válvula de escape para cualquier sociedad, llámense ferias, carnaval o como quieran. Son en sí mismas mecanismos de control social, en medio del aparente descontrol del momento, una manera de evadir por un momento la rigidez de una sociedad normativa y nada concesiva. El estudioso ruso Mijail Bajtin ya lo planteó con suficiencia.

Que Pereira realice sus fiestas durante el mes aniversario de su fundación es algo de lo más loable, otra cosa es que ellas tiendan a desdibujarse, a perder su sentido, el ritmo de su quehacer… su identidad.

Incluso desde su mismo nombre. Nadie entiende, por ejemplo, cómo el nombre “Fiestas de la Cosecha”, ya posicionado en ciertos sectores de la nación, se remplace por otros como “Pereira es una fiesta”, que con todo el respeto parece más el atributo de una celebración de algún centro comercial o de los integrantes de alguna asociación mercantil.

En eso que los conocedores llaman city marketing, por no decir mercadeo o posicionamiento de ciudad, vamos perdiendo. Ya lo advertíamos en anterior editorial: Pereira no sabe qué es, sus dirigentes tampoco saben lo que somos y la ciudadanía, al parecer, menos aún.

Cada mes de agosto se repiten unas actividades. Ellas deberían estructurar la propuesta de unas fiestas con nombre propio –Fiestas de la Cosecha no merece ser desplazado– para así omitir eventos de última hora que nada aportan a la construcción de una oferta carnavalera consistente y atractiva para el turista y, por supuesto, para los pereiranos.

Ya es hora de dejar de armar una colcha de retazos con todos los eventos que entidades particulares o ciudadanos autónomos realizan por su propia cuenta, para que luego la administración municipal los englobe como parte de la itinerancia de las fiestas. De este modo, la exposición de un taller privado aparece al lado del tradicional desfile de autos antiguos, por ejemplo. Allí hay más de calculado aprovechamiento que de capacidad de aglutinar o de organizar.

Todo ello da indicios claros de que la orden es rellenar a como dé lugar una programación. Y eso se da porque no hay –y no ha habido– una coordinación real de las fiestas, como sí se ve en las ciudades aledañas, donde todo se organiza desde muchos meses antes y cuenta con el apoyo financiero de los entes respectivos –Oficinas de Fomento al Turismo, por ejemplo–. Acá pareciera que los funcionarios municipales solo se alertaran en julio, pues en ese mes andan siempre desesperados preguntando qué va a suceder en agosto en la agenda cultural de la ciudad para incluirlo sin ningún criterio en el improvisado programa.


Somos café, arriería, paisaje, cálidos, alegres y muchas otras características, pero con estos bandazos en el cambio de nombre pareciera que no vamos a ningún Pereira.


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