lunes, 11 de julio de 2016

EDITORIAL / No hay vacantes.

En el presente siglo tener empleo se convirtió en una de las tareas más difíciles para una persona del común, para alguien que no tiene parentela en las altas esferas del poder o vínculos propios con los poderosos.

Pereira no está exenta de esta dinámica que ya se volvió la característica direrenciadora de un país como Colombia, empobrecido de manera paulatina y con unos ingresos cada vez más bajos, fruto de una política macroeconómica errática, como la califican de manera repetitiva expertos como el economista Eduardo Sarmiento.

El área metropolitana (AMCO) registra unos niveles de desempleo que según las cifras oficiales tienden a la baja, como se puede apreciar en la información compartida por el DANE. Y las cifras, así sean fríos registros, son una de las herramientas de la planeación, por eso vale la pena mencionarlas.

Pero esas mismas cifras evaden o camuflan otras realidades más agobiantes, tales como el subempleo, el “rebusque” que tiene a nuestras calles atiborradas con vendedores de cuanta cosa la naturaleza o la humanidad han creado. Basta ver el desfile de vendedores ambulantes por los barrios, arrastrando artesanales carretillas de madera que son la microempresa de dos o tres personas, casi siempre hombres jóvenes.

Ese cuadro, tan pintoresco y que en otro contexto daría para hacer una oda al trabajo, llama en realidad a la reflexión, pues es inverosímil que tres personas y sus respectivas familias logren vivir bien mediante la venta, ruidosa por demás, de unos cuantos aguacates exhibidos en una desvencijada carretilla. Tampoco es plausible la exposición a los cambios climáticos y la dureza de recorrer calles mientras se grita a voz en cuello.

Mientras tanto, en las puertas de las diversas construcciones, un aviso amenazante se expone en la portada principal: No hay vacantes. Y eso en un sector que jalona la mayor cantidad de mano de obra no calificada.


Tomado del archivo del periódico la tarde. 

El empleo y la generación del mismo, ya es hora de que se conviertan en real política de Estado, pues en él radica una solución a muchos de los dolores de cabeza que nos asfixian como sociedad, tales como la drogadicción, la prostitución y la criminalidad rampante.

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