Pereira es el desvelo de quienes la habitamos.
Ella abriga nuestros sueños esquivos e igual los desnuda para que queden
truncos. Ella es el encuentro de lo que fuimos, de lo que somos y de lo que
desearíamos ser.
Joven aún, sus montañas son como senos
turgentes que invitan a desearla, pensarla en cada minuto del día, procurar
crecer a su lado. En esa tarea, miles de pereiranos la sueñan noche y día, pero
tal pareciera que toda esa idealización quedara solo en eso: sueños. Porque la
realidad es otra.
El letargo es evidente en varios ámbitos de la
vida ciudadana: la escasa acción gremial el desmantelamiento de lo público es
una evidencia incontrastable, la apatía ciudadana –reflejada en múltiples actos
de incultura–que hace todo más complicado, todos ellos, se suman a la ausencia
de verdaderos y formados líderes, algo ya bien socorrido.
De manera reiterada se invita al
emprendimiento, pero todo parece quedar en un discurso disfrazado, ajeno y casi
decoroso, pues la realidad es que la fértil Pereira de lustros anteriores
palidece ante los lánguidos resultados en los diferentes espectros de medición
económica, entre ellos el sintomático alto desempleo que hace seis años no cede
de manera destacada y que nos sigue costando el ominoso escaño entre las
principales ciudades del país con tales cifras.
La suma de locales desocupados, el cierre de
múltiples empresas y su remplazo por otras de menor cuantía, no pueden quedar
disfrazados en las bien manipuladas cifras oficiales, que hacen recordar aquel libro
clásico: “Cómo mentir con estadísticas”. El pesimismo entre los diferentes
actores económicos es evidente, pues nadie se explica a dónde van a parar los
frutos de esos PIB maravillosos de los cuales el Gobierno se ufana, tampoco la
inversión extranjera y el ya gracioso “dinamismo de la economía”.
Por supuesto, hay sectores que presentan de
manera evidente un cierto momento de buenos augurios y mejores resultados, pero
esos mismos son la excepción en un panorama general que tiene a la ciudadanía
viviendo del fiado: en la tienda, en el almacén o con el siempre boyante sector
financiero.
Algunos juiciosos analistas tocaron hace buen
tiempo las alarmas, pero no han sido escuchados debido a cierta doble moral que
maneja esta joven ciudad: el milagroso impulso del dinero sinuoso y de las
remesas ya son cosa del pasado. La burbuja feliz de una falsa economía en
franca alza es pura remembranza. Ahora apenas queda pensar qué hacer en medio
de la resaca, endeudados y sin mayores liderazgos. Peor aún, con una ciudadanía
fabricada a retazos y poco participativa.
Creer en la ciudad, ponerse la camiseta y dar
un grano de amor por Pereira son siempre bienvenidas como propuestas que van
más allá del lamento, pero es innegable que falta algo más, un “algo” vital en
cualquier proceso social: faltan auténtico liderazgo y conciencia ciudadana.
No soy pereirano de nacimiento pero sí de corazón. Años atrás Pereira era la ciudad cívica por antonomasia, había un profundo sentido de la "pereiranidad" muy incluyente, pues aún hoy, aquí no hay forasteros. Ahora somos una ciudad de indiferentes, sin propósitos comunes, sin causa.
ResponderEliminarLes sugiero liderar con metas a largo plazo, pero con diciembre encima, una campaña de apoyo a lo local. Pereiran@ compra Pereiran@. Busquemos que compremos lo nuestro. Contamos con una excelente oferta local de ropa, comida y servicios. Apoyemos quienes producen en Risaralda, a las pequeñas tiendas de barrio en peligro de extinción, a nuestros empresarios, a quienes se la juegan aquí, a los almacenes independientes, a nuestros ferreteros, a quienes son claves en nuestro tejido social. Lo local primero, lo pereirano primero.
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