domingo, 24 de agosto de 2014

Opinión: De “visionarios” a rapaces

Por Camilo Alzate González
Durante los 60 comenzó un despoblamiento rural en las partes altas de Pereira y Santa Rosa alentado por el Estado. Compraron mejoras a los colonos a buen precio, frenaron la construcción de vías, declararon reservas y parques naturales en el área. Algunos atribuyen tal iniciativa a dirigentes visionarios que ya entendían la importancia de cuidar el agua. Otros aseguran que fueron acciones contrainsurgentes vaciando de campesinos zonas estratégicas de los Andes. En efecto, así sucedió.

Hay razón en ambas explicaciones. Como sea, medio siglo después aquella política da como resultado casi 50.000 hectáreas de bosques nativos preservando varias de las cuencas más importantes de la región. El río Otún, principal afluente de Pereira, aun no sufre disminuciones de caudal que obliguen al racionamiento, como sucede con frecuencia al otro lado de la cordillera con ríos que surten poblaciones del Tolima.

Las élites de caciques que ahora mandan parecen empeñadas en feriar a toda costa lo que dejó aquella generación. Ellos al menos creyeron en la trillada idea del civismo pereirano. El hospital y el aeropuerto, levantados entre convites y aportes comunitarios de miles de ciudadanos, acabaron siendo negocio particular de compraventa para cualquier mandamás advenedizo. Las Empresas Públicas se subastaron administración tras otra. Sobrevive la Empresa de Aguas. A través de deudas podría caer en manos de grupos privados nacionales o extranjeros, que se apropiarían por extensión la cuenca del río Otún. Un río que los dirigentes de hace 50 años consideraban sagrado, pensando en el agua de una ciudad imparable. Nadie sabe para quién trabaja.

Por bagatelas y mordidas de ocasión, los funcionarios -del último al más alto- andan dispuestos a ejercer medidas que destruyen el bienestar colectivo. Oro por espejitos. La cuenca del río Barbas, un área natural con gran relevancia biológica según el instituto Humboldt, resulta amenazada por un macroproyecto energético irrelevante en la región, sin embargo, es “fundamental” dicen las multinacionales mineras.

La Carder niega que exista deforestación en Risaralda, aunque reportes nacionales demuestran lo contrario. Esa entidad multa con severidad los campesinos que tumban cinco o seis palos, pero aparece ciega ante abusos de multinacionales como Smurfit, que lleva sus monocultivos de pino y eucalipto hasta los bordes mismos de quebradas y nacimientos violando la ley. Smurfit acapara directa o indirectamente las cabeceras de la quebrada La Cristalina y de los ríos San Eugenio, Barbas, Consota, Cestillal, Boquía, fuentes vitales para decenas de miles de habitantes y acueductos que sienten los rigores del cambio climático.


Caciques miopes. Lo suyo es la rapiña. Desechan la mayor riqueza de la ciudad a cambio de un plato de lentejas. Ni se enteran que no habrá agua con qué cocinarlas.

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