Por: Carlos Victoria
Anteponer el fenómeno del Niño y el
cambio climático como los causantes de la escasez de agua y la intensidad de la
sequía en distintas regiones del país, bajo calores insoportables, incendios y
lluvias intempestivas, no es un problema fácil de explicar. Por el contrario,
su multicausalidad apunta a la complejidad ambiental, lo que no excluye
las responsabilidades propias de la institucionalidad y el modelo de
desarrollo como tal. El desastre se creó desde la irracional explotación del
petróleo, carbón y bosques. La historia ambiental cuenta.
Comparto la tesis de expertos e
investigadores quienes consideran que los desastres son la consecuencia de una
gestión ambiental asociada a políticas de desarrollo que en lugar de
prevenirlos, los aceleran, aumentando el riesgo y potenciando la vulnerabilidad
de los ecosistemas de los cuales depende, por ejemplo, la provisión de agua
para el consumo humano, la agricultura y la industria. Apelar a pozos y
jarillones son caras de una misma moneda.
Diversidad de investigaciones han
coincidido que la conservación del agua, la cual depende de la protección de
los biotopos productores del preciado líquido, como los páramos, ha sido
sometida a una feroz presión por parte de la economía extractivista, sea legal
o ilegal. Desde la apertura económica, la confianza inversionista y las
locomotoras del desarrollo, si se quiere, se ha construido una base
antiecológica que degrada la vida de los colombianos más pobres. Sumemos a esto
el despilfarro y la corrupción de los recursos públicos del sector del agua
potable.
La sequía y mortandad de la Orinoquía a
comienzos de año, la actual en la Guajira, y la que padecen los samarios, así
como la que pone en jaque a cientos de comunidades rurales y urbanas en
distintos puntos de los valles interandinos y regiones montañosas del país
donde el agua dominaba el paisaje, no son más que los efectos de un proceso que
socava la sustentabilidad del balance hídrico. El ciclo hidrológico ha sido
intervenido drásticamente por el desarrollismo que solo ve en el agua un
recurso, y no un derecho de la humanidad.
Diez años atrás muchos podrían pensar
que las guerras por el agua residían en la ciencia ficción. Muchos tampoco
podrían imaginar que se emprenderían campañas de donación de agua, a falta de
las de donación de sangre, en un país que consume cientos de litros al día por
efecto de la violencia letal. Atajos como este, o los anuncios de miles de
millones de pesos para “llevar agua” a la gente, solo buscan esconder la
responsabilidad política de los planificadores y tomadores de decisiones.
A mi modo de ver hacen parte de un amplio repertorio de cuentos
verdes.
@agendaciudadana
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