lunes, 28 de julio de 2014

Opinión: Nosotros, los derrotados

Por: Camilo Alzate González

Acostumbrada a la derrota, al fracaso, Colombia es una enciclopedia de catástrofes. Caminamos a cuestas con un decálogo de pérdidas, una lista infinita de pequeñas o grandes miserias. El escudo nacional, ese que homenajea al cóndor “rey de los pájaros” (ironía terrible), traza también el istmo robado de Panamá, la más vergonzosa de nuestras pérdidas. Cierto comentarista local afirmó que la selección no debía ganar el mundial, pues aquello provocaría una histeria colectiva fatal, una hecatombe espantosa, acorde con el naturalizado sentimiento de inferioridad de un país que aunque se proclama superior a sus vecinos, en el fondo no se lo cree y debe estar repitiéndose al oído siempre una pretendida grandeza de sus bellezas naturales, su himno más bonito entre todos, sus mujeres más hermosas, su mejor café del mundo. Llevábamos veinte años viviendo de una goleada a los argentinos en eliminatorias. Viviremos otros veinte años de unos octavos de final con un gol robado. Somos expertos superando la derrota, conviviendo con ella. Pero jamás podremos acostumbrarnos a vencer y eso es muy peligroso.

Escribe Fernando Vallejo que “cuando la humanidad se sienta en sus culos ante un televisor a ver veintidós adultos infantiles dándole patadas a un balón, no hay esperanzas”. ¿Qué esperanzas puede haber si cada gol se transforma en homicidios? La alegría para los colombianos concluye en sangre, en llanto. Hasta la absoluta felicidad implica dolorosos sacrificios. Cada victoria en las canchas fue una derrota en las calles: miles de riñas en Bogotá y otras ciudades, desmanes, asesinatos, vandalismo, el tráfico enloquecido y accidentado, el odioso veneno de directivos y comentaristas deportivos.

Se muestra diáfana la cara oculta de un pueblo que solamente aprendió a tolerar la derrota, ni siquiera ganando es capaz de ganar y tiene que volver a fracasar, una vez y otra, sepultado en sus eternas tragedias. Incluso para celebrar, Colombia lo hace matando. Muertos porque sí. O porque no.

La gente del común, sometida a todas las frustraciones imaginables, la que se ve usurpada cada tanto en las elecciones, en la esquina o en el Congreso, no conoce los triunfos ni ha saboreado el espejismo del éxito. La gente cargada de dolores, los hijos de humillaciones centenarias, de eternos despojos o seculares guerras, es la misma que revienta en salvajismo con conquistas futboleras que no le darán nada, absolutamente nada más que un poco de dignidad. ¿Qué sigue hoy, pasado el embrujo de estos días? Sigue la vida gris con sus miserias, con sus pequeñas o grandes pérdidas, con sus fiascos diarios.

Colombia como nación es un fracaso. Por eso los muchachos en la grama aparecían imparables. Los derrotados somos invencibles.

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