miércoles, 4 de septiembre de 2013

Especial / Vivencias

El Páramo, cuna de los bambucos

Allí nacieron los versos que cantaron a la gloria de una ciudad sin puertas, punto de encuentro de grandes compositores y amantes de la noche que buscaban un amor musical.

Las noches en El Páramo eran mágicas, al calor de los bambucos nacían nuevos amores, se afianzaban nuevas amistades y hasta los matrimonios se arreglaban. 
Corría el año 1917 y las calles de la querendona, trasnochadora y morena, estaban construidas en piedra y los campesinos iban de un lado a otro en sus caballos, cuando el caldense Eleazar Orrego Orrego, con gran espíritu emprendedor, decidió poner en su casa una pequeña tienda de abarrotes con la intención de ganar el sustento diario para su familia. En aquel entonces este hombre aún no dimensionaba el legado que con gran esfuerzo construía, el mismo que con el paso de los años se convirtió en una importante parte de la historia de la ciudad.

Desde la sala de su vieja casa de bahareque, ubicada en la calle 15 con carrera séptima, la cual había sido construida 25 años atrás, Orrego Orrego junto a su esposa Julia Montoya, quien era de origen antioqueño, vendía panela, dulces y fabricaba jabones y velas de cebo que hasta el más rico del pueblo se veía obligado a comprar.

Pasó poco tiempo para que Eleazar se convirtiera en uno de los habitantes más reconocidos de Pereira, que además de administrar la tienda, también rentaba caballos con los que miembros de la alta sociedad pereirana competían  en el hipódromo La Víbora, el cual estaba ubicado de la calle 35 a la 38, entre carreras 7a. y 8a.

Mientras permanecía tras la barra de su tienda, Orrego empezó a ser visitado esporádicamente por campesinos con guitarras y en un abrir y cerrar de ojos, la tienda se convirtió en un agradable punto de encuentro donde la música y las tertulias eran las protagonistas.

El negocio empezaba a crecer mientras que la salud de Eleazar se deterioraba por su edad y para el 26 de febrero de 1938 murió, llevándose consigo su esencia de comerciante, por lo que la familia decidió cerrar las puertas del negocio al público. 12 años después resurgía con la segunda generación de la familia Orrego.

Comienza nueva historia
“En el año 50, mi papá, quien había trabajado para las Empresas Delegadas, después Empresas Públicas de Pereira, decidió reabrir el negocio de mi abuelo bajo el nombre del El Páramo, justo en el mismo lugar”, recuerda Jorge Eliécer Orrego, nieto del fundador, al referirse al hombre que le dio la vida, Eliécer Orrego Montoya, mientras mira atento el baúl de los recuerdos hecho con sus propias manos para albergar las más de tres mil fotografías que le dan vida a la historia familiar.

“Allí mi padre vendía tabacos, licor, cigarrillos, enlatados, entre otras cosas, pero había un producto muy especial que todos querían comprar: eran unas panelitas que mi tía abuela hacía y que hicieron aún más famoso el lugar”. Fue así como el resurgimiento de la tienda de Orrego abría otra vez sus puertas a nuevos compositores, quienes con el paso de los años terminaron haciendo de El Páramo un ícono de la ciudad.

Hasta este lugar llegaron innumerables compositores, sin embargo, entre ellos logró destacarse Luis Carlos González,  quien al calor de las tertulias escribió un total de 47 bambucos en honor a su pueblo. Con ellos deleitó el oído de la sociedad de la época e inmortalizó sus letras para que siguieran más vivas que nunca a través de la historia.

Meses antes de que mataran a Galán, el dirigente político César Gaviria Trujillo estuvo en El Paramo y allí la familia Orrego lo condecoró con el collar de arepas. Fue uno de los días más especiales en el negocio, que para la fecha estaba en pleno auge.

“Canciones como La Ruana, Mi casita, Compañero, Pereira, entre otras, escritas por el maestro González, quien fue mi padrino de bautizo y un gran amigo de mi padre, hicieron de las noches en El Páramo, noches encantadoras”, relata Jorge Eliécer, mientras señala algunas fotografías en las que aparece su compositor favorito.
Personajes como Belisario Betancur y Víctor Hugo Ayala, entre otros, llegaban hasta el hogar de la familia Orrego, dejando a su paso una importante huella. Sin embargo, en 1986 se repite la historia: mientras el negocio estaba en la cúspide, el propietario de El Páramo muere a causa de un cáncer terminal y de nuevo las puertas del lugar se cierran.

“Mi padre, días antes de morir, me dijo: ‘hijo, no le quedo debiendo a nadie, cuando muera coja las botellas que hay en la estantería y las vende, con ellas paga mi entierro’. Recuerdo que el sepelio de mi papá costó 86 mil pesos. Ese día, a pesar de la tristeza, fue un día hermoso, pues desde la Iglesia La Valvanera, hasta el cementerio San Camilo, 60 músicos caminaron junto al ataúd cantando los bambucos que nacieron en El Páramo”, narra Jorge mientras yace sentado en una silla de la sala de su casa.

La casa que había dejado de herencia Eleazar Orrego a sus hijos y en la que nació El Páramo, para la fecha de la muerte de Eliécer, ya pertenecía al sobrino del occiso, quien poco a poco fue comprando los derechos de cada uno de los hermanos y que solo dispuso de la misma hasta el deceso del último de sus tíos.

“Recuerdo que mi primo Ariel me dijo que cómo iba a dejar a los músicos de mi padre afuera y me propuso arrendarme la casa en 40 mil pesos, negoció al que accedí a pesar de lo deteriorado que estaba el lugar. Comencé con un surtido muy modesto”.

Tercera época
Con la astucia que llevaba en las venas, Jorge Eliécer subarrendó las habitaciones de la casa de su primo, misma en la que se había criado su papá y este dinero se lo entregaba a su primo, acción que le permitió a la vuelta de cuatro años comprar la casa por 41 millones 600 mil pesos.

“Empecé con 12 músicos y terminé con más de 80. En El Páramo se tocaban desde bambucos, hasta vallenatos y mariachis, logré tener un gran surtido con más de mil botellas de aguardiente”.

Durante la administración de Jorge Eliécer, El Páramo siguió siendo visitado por grandes personalidades de la vida política como Luis Carlos Galán, Álvaro Uribe, Juan Manuel Santos y César Gaviria Trujillo. Este último fue condecorado por la familia Orrego con el famoso collar de arepas, el 29 de mayo de 1989, dos años antes de ser elegido por Colombia como Presidente.

Jorge Eliécer Orrego 

Pero en 1998 la hora zanahoria llegó y esta vez no fue la muerte quien cerró las puertas del negocio: el haber tomado una mala decisión a la hora de votar en las elecciones para Alcalde, causó que Jorge Eliécer tuviera que cerrar de nuevo el negocio.

Dos años después, este pereirano lleno de pujanza e impulsado por su corazón, decide comprar una nueva casa a media cuadra de la de su familia y de nuevo abrió El Páramo y allí llevaron invitados tan especiales como Los Hispanos y el Cuarteto Imperial. Sin embargo, en el 2005, nuevamente le es retirado el permiso y El Páramo cerró por cuarta vez sus puertas.

“Cerré del todo, quedé aburrido porque era un lugar sano y un sitio importante en la ciudad y lo dejaron morir por negligencia gubernamental”, expresa Jorge mientras mira algunas fotografías de los músicos que animaban las noches del Páramo.

Hoy, después de ocho años sin los bambucos de Luis Carlos González y en el marco de la celebración del sesquicentenario de Pereira, la comunidad pide a gritos el regreso del sitio.


Aún con la tercera generación de este ícono de la ciudad en pie, la administración ya está estudiando la posibilidad de ubicar en los próximos meses este lugar en La Circunvalar, para que sea allí donde la historia cobre vida a través de la música. 

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