Leonor Mary, vigor
cívico
Presidenta de la
Veeduría de la Circunvalar, quizá una de las más activas en Pereira, Leonor
Mary Marmolejo es una mujer que ha sabido transformarse luego de dolorosas
crisis en su vida.
Ejercitarse para mantenerse bien en lo físico es una tarea que no descuida a pesar de la cantidad de compromisos que mantiene en su agenda diaria. |
“Reinventarme muchas
veces en la vida”, debido al enfrentamiento de circunstancias difíciles, esa ha
sido una práctica constante para la excongresista Leonor Mary Marmolejo.
De esos dolores,
la muerte de su hijo Diógenes es uno de los momentos más lamentados, incluso
afirma que “casi no sobrevivo a ese dolor”. Al fondo, mientras habla, desde la
ventana de su apartamento la vista de buena parte de la comuna se tiñe con los
arreboles de la tarde que termina.
A pesar del
momento tan difícil, luego de esa experiencia tomó la decisión de consagrarse a
pensar la ciudadanía desde otra perspectiva, por ello se dedicó a leer y releer
muchos de los autores que su hijo, magister en Ciencias Políticas de la
Universidad Javeriana, dejó en su biblioteca. Darle inicio a la Veeduría es, de
gran manera, un homenaje e inspiración en la vida de su hijo.
En su sencillo
apartamento, decorado con muy buen gusto y a la moda, la luz inunda todos los
espacios, haciendo más agradable la permanencia. El balcón abierto deja ver
grandes retazos de la ciudad y de las montañas circundantes. Una mecedora
ubicada allí es el mueble indicado para llamar a la lectura, una de sus tareas
más persistentes cada día.
“Yo no leo,
estudio”, dice con firmeza. Así es, pues habla con fervor de diferentes autores
como Castoriadis, Duvergé, Bobbio y Tocqueville, entre otros, reconocidos en el
estudio de la filosofía política y formación de ciudadanía.
Todos ellos
alimentan su discurso que luce claro, sin titubeos, cuando expone frente a
diversos auditorios que la escuchan con atención, pues muy pronto se intuyen la
decisión y capacidad de convencimiento que posee su oratoria.
Madre con dedicación
Con sus tres
hijas sobrevivientes –Leonor Rosa, Paulina y Ana María- comparte de diferentes
maneras, a veces con dificultad debido a la distancia que las separa, pero
siempre atenta a ellas, lo mismo que de su esposo, Diógenes, quien sufrió un
accidente cerebro vascular que la mantiene atenta a su cuidado. De hecho,
comenta que su vida social es mínima, pues sus salidas casi siempre tienen
relación con su papel de veedora.
Nacida en
Manizales, a los 16 años se desplazó a Pereira para estudiar en la UTP,
donde inició estudios de Ingeniería
civil, en una época en la cual las mujeres escaseaban en el ambiente
universitario. La decisión de estudiar esa carrera surgió en su amor por las
matemáticas mientras estudiaba en el colegio Santa Inés. Para poder viajar a
Pereira debió enfrentar a su padre, un comerciante en granos en su ciudad natal,
quien se oponía al distanciamiento de una chica tan joven. Pero su tenacidad
venció la oposición paterna.
A pesar de haber
logrado su objetivo, pronto debió regresar a casa, pues una grave enfermedad
interrumpió sus estudios, con un largo proceso recuperatorio, luego del cual se
casó con Diógenes Rojas, quien había sido su profesor en la UTP.
Aunque no terminó
ingeniería civil, más adelante terminó una licenciatura en física y
matemáticas, la cual complementó con una maestría en matemáticas en la
Universidad Nacional.
Su estancia en
Europa durante cuatro años, al lado de su esposo e hijos, le permitió reconocer
otras formas de la gestión pública y del papel ético ciudadano en la
construcción de sociedad, lo que la dejó muy motivada para impulsar dicho
trabajo en la labor docente que empezó en 1979. Luego viene una larga carrera
en la vida pública, con diferentes cargos.
Estudiar diversos
autores que abordan la política como ciencia y arte, es una de las pasiones que
la ocupan de manera permanente.
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Gustos sencillos
La comida típica
sencilla, preferiblemente ensalada con aguacate y carne a la plancha, hacen
parte de su menú más deseado. Además de los dulces caseros, sobre todo el de
tomate de árbol, su favorito. No gusta de los licores, tampoco del café, aunque
le fascina su olor.
De repente, como
recordando algo dejado en el olvido, se levanta del comedor y ofrece a los
presentes unos pasteles que, por estar embebida en la conversación, había
olvidado en una despensa de la cocina.
En ese momento
empieza a comentar sobre la actividad física, uno de los aspectos más cuidados
de su vida actual. Su rutina semanal incluye paseos a pie, en particular por el
Jardín Botánico, además de los ejercicios de pilates, los cuales practica de
manera disciplinada con acompañamiento de un instructor.
Además de la
ética de lo público, de su estancia en Lovaina quedó un enorme gusto por Edith
Piaff y la canción francesa en general. De Piaff gusta mucho “Je ne regrette
rien” y “Milord”.
En la cabeza de
quien la escucha no dejan de sonar, en ese momento, las palabras sentidas de
Piaff, en una canción insignia de su trágica vida:
¡No! nada de nada,
¡No! no lamento nada
Ni el bien que me han hecho,
Ni el mal,
¡Todo eso me da igual!
Pero sus gustos
musicales también incluyen las baladas y los vallenatos, a los que se suman
algunos tangos, como “Volver”, el preferido de su esposo.
La tarde termina,
otras tareas esperan a los presentes. Ha terminado una amena charla con una
mujer inteligente que desde muy joven supo bien qué es lo que quería y cómo
lograrlo.
Quienes conocimos a Diogenes les deseamos paz en su alma, a su hijo a su padre. A su esposa le decimos que, donde estemos, estamos a su lado con el alma entera.
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