Busetas, toda una plaga
Colectivos
de siete empresas se agolpan para recoger los pasajeros que van rumbo a Santa
Rosa. La calle deteriorada, un síntoma del alto tráfico y de la escasa atención
que le prestan las autoridades respectivas a su cuidado.
Calles deterioradas, acumulación de basuras, inseguridad, contaminación por ruido y gases,
son algunas de las consecuencias del alto tráfico de vehículos pesados por el sector.
“Prohibido
recoger pasajeros. Evítese el comparendo”, dice un aviso junto al puente
peatonal de Ciudad Victoria. Pero ningún conductor se intimida por la
advertencia que más bien parece un saludo a la bandera en tierra de apátridas.
De hecho, dan declaraciones sin problemas; eso sí, piden que nada de
fotografías.
“Hay
que rebuscarse a como dé lugar”, comenta un conductor de Líneas Pereiranas. Lleva
unos minutos estacionado a la espera de pasajeros; apenas dos ocupan las sillas
durante su paso por la calle 16 con carrera 12, detrás del convento de los
Carmelitas. Una fila larga de busetas que van para Santa Rosa y otros
municipios pitan detrás de él, pero sigue impasible a la espera de algo.
Se
remueve en su silla cuando se le pregunta sobre cuántos minutos espera en el
lugar, pero responde sin dudarlo: “unos 10”. Ello a pesar de que el jefe de
rutas, Humberto Hidalgo, insiste en que sus conductores tienen la orden
perentoria de pasar por allí y recoger pasajeros sin estacionarse.
De hecho,
controlar que eso no ocurra es labor de Jorge Eliécer Agudelo, un hombre de
contextura gruesa que responde de manera evasiva la primera pregunta y luego
sale presuroso para atender a los conductores de su empresa que siguen
estacionados.
Pero
esta empresa no es la única. Existen otras, como Cooprisar, Mosarcoop, Expreso
Alcalá, Expreso Trejos y Flota Occidental, cuyos conductores proceden de manera
similar. Eso sí, sin que se observen controladores de las respectivas empresas
a la vista. Y con un agravante: varias de ellas incurren además en la práctica
del llamado “urbaneo”, que consiste en hacer labores de transporte urbano
cuando solo tienen permiso para movilización intermunicipal.
Deterioro
Esta
céntrica calle, que comunica buena parte de la comuna con la avenida del
Ferrocarril y Ciudad Victoria, parece un sector abandonado a su propia suerte.
Casas viejas enmarcan la vía llena de huecos y con el resto del asfalto
cuarteado. Además la oscuridad nocturna hace aún más sombrío el panorama.
Aunque
en los meses recientes los patrullajes de la policía se han intensificado,
según varios de los entrevistados, el sector no deja de perder su sello de
lugar apto para ladrones que atracan a los pasajeros mientras esperan el bus o,
peor aún, que los roban luego de subirse y mientras el vehículo avanza por la
avenida del Ferrocarril, para bajarse antes del viaducto y perderse bajo los
vericuetos de los puentes de la novena.
Fue tan
dramática la situación, en determinado momento, que las autoridades decidieron
camuflar personal policivo de civil entre los pasajeros. Ahora, según informes
de algunos muy asustados conductores, hasta los extorsionan individuos que
dicen pertenecer a grupos armados ilegales.
Al ruido, la congestión, la acumulación de
basuras, el humo y la inseguridad se suma el hecho de que algunos pasajeros y
hasta conductores aprovechan la soledad para hacer sus necesidades fisiológicas
recostados en los muros de las casas o bajo los puentes.
Más voces
Para
otro conductor estas prácticas de recoger pasajeros en puntos determinados de
las ciudades es común en varios sitios de Colombia. Y con suficiencia enumera
algunos de ellos en Armenia o Cali. Añade que cada día debe hacer siete veces
el trayecto de ida y regreso entre Santa Rosa y Pereira.
Frente
a la buseta de Mosarcoop, sentado en uno de los puestos del paradero dispuesto
allí, se encuentra Carlos Ariel Cardona, un santarrosano de nacimiento que
viene de una cita en su EPS y se dirige a casa. Cardona comenta que le gusta
más abordar la buseta allí que en el terminal debido a que lo despachan más
rápido, además es fácil encontrar cupo durante el día.
Mientras conversa, el paradero empieza a ser
ocupado por vendedores. Uno de ellos es Humberto Mejía, de unos 60 años, quien
vive de la venta de agua y gaseosas que refrigera en una improvisada nevera de
icopor. Lleva cuatro años en el sitio, dice, pero prefiere no hacer mayores
comentarios sobre la seguridad en el lugar.
Así
como él hay otros nueve vendedores, entre ellos Luis Felipe Contreras, que se sube
a los vehículos para vender productos que apoyan las labores de Corazón
valiente, institución dedicada a la
rehabilitación de pacientes con adicciones. Dice que el estacionamiento de
vehículos le sirve para vender productos que apoyan la causa que divulga.
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