lunes, 17 de diciembre de 2012

Transporte / Congestión


Busetas, toda una plaga


Colectivos de siete empresas se agolpan para recoger los pasajeros que van rumbo a Santa Rosa. La calle deteriorada, un síntoma del alto tráfico y de la escasa atención que le prestan las autoridades respectivas a su cuidado.

Calles deterioradas, acumulación de basuras, inseguridad, contaminación por ruido y gases,
son algunas de las consecuencias del alto tráfico de vehículos pesados por el sector.


“Prohibido recoger pasajeros. Evítese el comparendo”, dice un aviso junto al puente peatonal de Ciudad Victoria. Pero ningún conductor se intimida por la advertencia que más bien parece un saludo a la bandera en tierra de apátridas. De hecho, dan declaraciones sin problemas; eso sí, piden que nada de fotografías.

“Hay que rebuscarse a como dé lugar”, comenta un conductor de Líneas Pereiranas. Lleva unos minutos estacionado a la espera de pasajeros; apenas dos ocupan las sillas durante su paso por la calle 16 con carrera 12, detrás del convento de los Carmelitas. Una fila larga de busetas que van para Santa Rosa y otros municipios pitan detrás de él, pero sigue impasible a la espera de algo.

Se remueve en su silla cuando se le pregunta sobre cuántos minutos espera en el lugar, pero responde sin dudarlo: “unos 10”. Ello a pesar de que el jefe de rutas, Humberto Hidalgo, insiste en que sus conductores tienen la orden perentoria de pasar por allí y recoger pasajeros sin estacionarse.

De hecho, controlar que eso no ocurra es labor de Jorge Eliécer Agudelo, un hombre de contextura gruesa que responde de manera evasiva la primera pregunta y luego sale presuroso para atender a los conductores de su empresa que siguen estacionados.

Pero esta empresa no es la única. Existen otras, como Cooprisar, Mosarcoop, Expreso Alcalá, Expreso Trejos y Flota Occidental, cuyos conductores proceden de manera similar. Eso sí, sin que se observen controladores de las respectivas empresas a la vista. Y con un agravante: varias de ellas incurren además en la práctica del llamado “urbaneo”, que consiste en hacer labores de transporte urbano cuando solo tienen permiso para movilización intermunicipal.


Deterioro

Esta céntrica calle, que comunica buena parte de la comuna con la avenida del Ferrocarril y Ciudad Victoria, parece un sector abandonado a su propia suerte. Casas viejas enmarcan la vía llena de huecos y con el resto del asfalto cuarteado. Además la oscuridad nocturna hace aún más sombrío el panorama.

Aunque en los meses recientes los patrullajes de la policía se han intensificado, según varios de los entrevistados, el sector no deja de perder su sello de lugar apto para ladrones que atracan a los pasajeros mientras esperan el bus o, peor aún, que los roban luego de subirse y mientras el vehículo avanza por la avenida del Ferrocarril, para bajarse antes del viaducto y perderse bajo los vericuetos de los puentes de la novena.

Fue tan dramática la situación, en determinado momento, que las autoridades decidieron camuflar personal policivo de civil entre los pasajeros. Ahora, según informes de algunos muy asustados conductores, hasta los extorsionan individuos que dicen pertenecer a grupos armados ilegales.

 Al ruido, la congestión, la acumulación de basuras, el humo y la inseguridad se suma el hecho de que algunos pasajeros y hasta conductores aprovechan la soledad para hacer sus necesidades fisiológicas recostados en los muros de las casas o bajo los puentes.


Más voces

Para otro conductor estas prácticas de recoger pasajeros en puntos determinados de las ciudades es común en varios sitios de Colombia. Y con suficiencia enumera algunos de ellos en Armenia o Cali. Añade que cada día debe hacer siete veces el trayecto de ida y regreso entre Santa Rosa y Pereira.

Frente a la buseta de Mosarcoop, sentado en uno de los puestos del paradero dispuesto allí, se encuentra Carlos Ariel Cardona, un santarrosano de nacimiento que viene de una cita en su EPS y se dirige a casa. Cardona comenta que le gusta más abordar la buseta allí que en el terminal debido a que lo despachan más rápido, además es fácil encontrar cupo durante el día.

Mientras conversa, el paradero empieza a ser ocupado por vendedores. Uno de ellos es Humberto Mejía, de unos 60 años, quien vive de la venta de agua y gaseosas que refrigera en una improvisada nevera de icopor. Lleva cuatro años en el sitio, dice, pero prefiere no hacer mayores comentarios sobre la seguridad en el lugar.

Así como él hay otros nueve vendedores, entre ellos Luis Felipe Contreras, que se sube a los vehículos para vender productos que apoyan las labores de Corazón valiente, institución  dedicada a la rehabilitación de pacientes con adicciones. Dice que el estacionamiento de vehículos le sirve para vender productos que apoyan la causa que divulga.



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