Como un árbol
desnudo
VECINOS promovió
una campaña de arborización de la comuna con el apoyo de residentes, empresas y
entidades.
Lluis Llach,
canta-autor catalán, tiene una hermosa canción que habla sobre la necesidad ser
frente a un mundo que nos abruma. De hecho, inicia con los siguientes versos:
Como un árbol desnudo,
como dibujo hecho al viento,
como un árbol desnudo,
yo, el pájaro.
Así, como
desnudos del mundo, necesitados de vida, de la sombra generosa de unas ramas
que a todos abrigan sin distingo alguno, decenas de personas caminaron las
calles de la comuna en la tórrida mañana del 19 de octubre. Un sábado generoso
con los sembradores de plántulas que, en pocos años, se mostrarán como alegres
guayacanes amarillos que esperan la florescencia para pintar de color las
calles y parques.
Niños –muchos,
por fortuna, pues en ellos radica la esperanza–, jóvenes y adultos, corrían por
doquier en una comparsa alegre por la noble tarea que recién empezaba. El parque
de La Rebeca fue el punto de encuentro: globos, vehículos, camisetas,
barretones, palines, baldes, estacones y, por supuesto, los mimados de la
jornada: pequeños árboles de frágiles hojas, acogidos en hileras organizadas
dentro de un cesto de plástico.
Palabras para
reconocerse, para encontrarse con el otro; luego, recibir instrucciones y los
respectivos implementos para empezar una labor que a algunos les sacó ampollas,
dichosas ampollas por saberse afortunado de aprender a echar raíces.
Un poco después,
tomar en las manos esas frágiles plantas, como bebés que piden cariño y un poco
de calor, llevarlas de la mano hasta el lugar donde serán sembradas, para que
sus raíces perforen la tierra con el fin de anclar nuestros sueños de una
ciudad más verde, más descontaminada, en fin, más amable con los seres vivos.
Recordar o
aprender cómo trabajaban nuestros ancestros esa tierra fecunda que de cualquier
semilla nos provee ricos frutos. Tomar nobles herramientas de labranza, romper
la maleza, crear espacios de supervivencia que demarquen el espacio necesario
para iniciar su crecimiento.
En fin, hacer que
las raíces de los guayacanes se encuentren con nuestras propias raíces,
aquellas que hicieron del hombre antiguo un ser prosaico, límpido, honesto
consigo mismo y con la trivial labor que realizaba: sembrar vida en la tierra
para dejar semilla, frutos, hojas y flores para una generación futuro que
parece tener extraviadas sus raíces.
Avenidas, calles
y parques fueron testigos de la romería, hasta que después del mediodía el
parque de Álamos acogió a los ya extenuados campesinos de ciudad que ese día
entendimos algo simple: en la tierra están nuestras raíces y a ella hay que
volver.
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