Nombres en la
bruma
La memoria, Mnemósine
para los griegos, es una extraordinaria herramienta para entender dónde habita
el olvido. Recordamos para olvidar o, incluso, para olvidarnos en medio de los girones
del presente.
Lo que hoy es
bautizado con pompas, en poco tiempo se transforma en cenizas, en ruinas de un
algo que no se especifica, o, con mayor frecuencia, convertido en la vitrina
cotidiana frente a la cual cruzamos con el afán de llegar, sin tener conciencia
plena de su existencia y mucho menos de lo que exhibe.
Nombres
rutilantes, muchos de ellos enmarcados en letras de bronce, ese mismo material
con el que sueñan en las noches oscuras algunos ladrones, desvalijadores de los
ornatos y los inmobiliarios expuestos en las calles, esos nombres, repito,
brillados hasta el cansancio por grises porteros que envidian el dorado de esas
piezas metálicas, terminan significando nada, esa misma nada que colma los
afanes de las gentes que no tienen pasado, tan solo presente, quizá un futuro.
¿Quién no ha
repetido hasta la saciedad “nos vemos en el Prometeo”? Un lugar que no existe
en la Circunvalar, pero que todos señalan. Ese monumento de Rodrigo Arenas
Betancourt que para la burocracia y los hipercorrectísimos se llama Monumento a
los Fundadores, como nos recuerdan cada 30 de agosto al señalar una enorme
placa broncínea que todavía no se roban.
Cuando fue
instalado, en 1969, nadie lo llamó Prometeo (el verdadero está casi oculto en
el campus de la UTP), pero había algo allí de hombre que roba el fuego divino,
de ser extraviado en las penumbras de la historia, de ser mítico, que pronto su
nombre original se extravió en los vericuetos de las calles y de la misma
Avenida Mosquera.
¿Mosquera? ¿Eso
dónde queda?, dirán algunos. Ese era el nombre original de la Avenida
Circunvalar, otro nombre que tampoco tiene relación con nada, pues a nada
circunvala, forzadamente trunca a la altura de La Aurora, como la cuota inicial
de algo que rodearía a la ciudad, pero que apenas alcanzó para marcar, como cicatriz
ondulante, un trayecto breve de ella.
Pero si de
avenidas se trata, ¿quién sabe algo sobre el muy digno Juan B. Gutiérrez?
Parece nombre de hacendado o, quizá, de banquero floreciente. Don Juan Bautista
estará sonriente, allá donde se encuentre, pues fue uno de esos maestros
distinguidos extraviados entre el polvillo de tiza producido al rasguñar verdes
tableros de madera en la historia incipiente de esta ciudad.
En las alturas
En la comuna, a
la desmemoria, fiel compañera, se suma en muchos casos la absoluta ignorancia
de los parroquianos que parecieran haber aprobado las clases de historia y
geografía a través del socorrido sistema de la promoción automática. Aunque, la
verdad sea dicha, algunos nombres tampoco es que ayuden a la vana retentiva y
mucho menos al reconocimiento.
Algún asturiano,
nostálgico de su tierra hispana, debió ser el promotor de los Jardines de
Avilés, nombre de bella evocación, pero que a muchos pareciera dejar como en el
aire. ¿Será el apellido del dueño o de esa ciudad perdida en el norte de la
otra España?
En el recorrido
saltan ante los ojos otros nombres. Son bonitos, suenan bien, pero apenas se
cierra la libreta con el apunte, parecen esfumarse en el imaginario tablero de
los recuerdos. ¿Cómo era? ¿Será falta de concentración? Regreso a las consultas
en la hoja de papel que todo lo contiene, hasta la angustia del olvido.
Sí,
allí está, escrito con letra imprecisa, casi al aire: Tacaragua. Sí, de los
pocos que parecieran como nombre indígena, con remembranza de la forma musculosa
y piel cobriza de algún guerrero precolombino.
Para tener
certidumbre sobre el origen se busca la voz autorizada del portero. Es vano el
intento, alguien responde que no sabe. Tacaragua es un apellido, aparece incluso
en el directorio.
Edificios, conjuntos
residenciales, aposentos de lujo se estrujan unos con otros ante la cadencia
fatigada del paseante. Por momentos el viaje deja de ser metáfora para llevar a
los más diversos rincones de la geografía… del hemisferio norte: Canaán (entre
Israel y Jordania), Albuquerque (Estados Unidos), Biarritz (Francia) y Toscana
(Italia). De Suramérica apenas sí aparece Bariloche, de indudable acento
argentino. Ya el camino termina, no por estar todo transitado, más bien por el
golpe inclemente de un sol que no quisiera dar tregua. Es mejor parar, la
expedición ha sido provechosa, muchos nombres seguirán perdidos en la memoria,
en los exámenes de una geografía jamás aprendida.
También en la
cabeza quedan bailando muchas preguntas, muchos nombres nacidos como en el extravío
de una mente febril, imposibles de encontrar en cualquier enciclopedia, ni
siquiera en las digitales.
La red se ha
quedado corta ante la imaginación, pero en sus millones de bits se guarda parte
de la memoria perdida de esos seres humanos que han delegado en internet el
resguardo de sus sueños, de sus fobias o de los denominaciones que se disipan
en la bruma de las búsquedas infructuosas en medio de millones de nombres que
suenan a vacío.
DESTACADOS
Es mejor parar,
la expedición ha sido provechosa, muchos nombres seguirán perdidos en la
memoria, en los exámenes de una geografía jamás aprendida.
…de los
denominaciones que se disipan en la bruma de las búsquedas infructuosas en
medio de millones de nombres que suenan a vacío.
No hay comentarios:
Publicar un comentario