Por: Abelardo Gómez.
Olga Serrano Ortiz es la nueva cabeza del área cultural del Banco de la República en Pereira. Bumanguesa de nacimiento, pero universal por vocación.
Olga Serrano Ortiz es la nueva cabeza del área cultural del Banco de la República en Pereira. Bumanguesa de nacimiento, pero universal por vocación.
Mojigato, Miauricio, Gatomiel, Alegato,
Gatalina… son algunos de los nombres de los gatos pasados, presentes y futuros
de esta mujer que vive en olor de felinos.
Mientras abre con amabilidad la puerta de
su casa, en los brazos reposa Alpargata, una frágil gata gris recogida durante
un paseo reciente por la hacienda El Paraíso, el idílico lugar donde naufragó
el romance entre Efraín y María.
En el aire baila la voz de Marisa Monte,
una de sus cantantes favoritas, mientras recorre con voz modulada, salpicada
con timbres cálidos, momentos de su vida pasada.
Hija de un hombre nacido en el campo, que
se hizo profesional con muchos esfuerzos, hasta llegar a ocupar diferentes
cargos diplomáticos, Olga pronto se acostumbró a tener la maleta lista, en una
errancia que la llevó por varias ciudades de Colombia y de Europa, de la cual
recuerda con especial afecto a Lisboa, donde vivió con padres y cinco hermanos.
Esta abogada de la Universidad del
Rosario, especializada en derecho ambiental, paralelo a su trabajo en
Banrepública intentó una carrera en la justicia, donde alcanzó a cumplir con el
papel de magistrada auxiliar en el Consejo de Estado. Pero su sendero estaba
trazado para hallar otros horizontes.
En
la cultura
Pronto regresó al Banco, luego de su
fugaz paso por el Consejo. Allí se siente cómoda, desempeñando diversas
funciones en estos 15 años de labores.
Mientras saborea un café, vuelve atrás en
el tiempo y evoca sus solitarios paseos por París, donde vivió 10 meses con
quien en ese entonces era su esposo. Mientras él estudiaba beneficiado por una
beca –con la cual ambos subsistían- ella se dedicaba a vivir la experiencia de
recorrer palmo a palmo la Ciudad Luz.
Allí alquilaron primero una habitación en
un aparta-hotel de la zona industrial y luego tomaron un apartamento en el
barrio Latino, del cual recuerda con humor todos los esfuerzos por tratar de
tener un lugar decente, pues estaba casi en ruinas.
Aunque en la actualidad vive sola -se
separó hace algunos años- la soledad para ella es un placer, en compañía de un
par de gatos, los libros y la música.
Amante de la literatura -de hecho tiene
estudios en esta área- se declara admiradora de escritores como O’Henry,
Hemingway y todos los del siglo de oro español, en particular de los sonetistas.
Aunque tampoco deja de lado a los autores del momento, como Juan Gabriel
Vásquez.
En su apartamento son notorias las obras
de arte: pinturas de diferentes corrientes, entre ellas una Gioconda de su
amigo Gustavo Sorzano, y otros cuadros en gran formato pintados por su hermana.
Sobre la mesa auxiliar de la sala reposan
“Cats, cats, cats”, de Andy Warhol; “Los gatos de don Germán”, de Germán
Arciniegas; “El gato negro”, de Poe; “Yoga para gatos”, y muchos otros más, en
perfecta armonía con la cantidad de objetos decorativos que rememoran imágenes
gatunas.
Marisa Monte ha dejado de cantar en el
reproductor. Del café apenas queda una sombra tornasolada en el fondo del
pocillo decorado con figuras felinas. Ya es hora de marchar para el trabajo, en
la oficina otros gatos la esperan.
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