viernes, 12 de abril de 2013

Mujer de apacible simpatía

Por: Abelardo Gómez.

Olga Serrano Ortiz es la nueva cabeza del área cultural del Banco de la República en Pereira. Bumanguesa de nacimiento, pero universal por vocación.


Mojigato, Miauricio, Gatomiel, Alegato, Gatalina… son algunos de los nombres de los gatos pasados, presentes y futuros de esta mujer que vive en olor de felinos.

Mientras abre con amabilidad la puerta de su casa, en los brazos reposa Alpargata, una frágil gata gris recogida durante un paseo reciente por la hacienda El Paraíso, el idílico lugar donde naufragó el romance entre Efraín y María.

Ella se recupera de una cirugía, Olga la cuida con afecto extremo.

En el aire baila la voz de Marisa Monte, una de sus cantantes favoritas, mientras recorre con voz modulada, salpicada con timbres cálidos, momentos de su vida pasada.

Hija de un hombre nacido en el campo, que se hizo profesional con muchos esfuerzos, hasta llegar a ocupar diferentes cargos diplomáticos, Olga pronto se acostumbró a tener la maleta lista, en una errancia que la llevó por varias ciudades de Colombia y de Europa, de la cual recuerda con especial afecto a Lisboa, donde vivió con padres y cinco hermanos.

Esta abogada de la Universidad del Rosario, especializada en derecho ambiental, paralelo a su trabajo en Banrepública intentó una carrera en la justicia, donde alcanzó a cumplir con el papel de magistrada auxiliar en el Consejo de Estado. Pero su sendero estaba trazado para hallar otros horizontes.

En la cultura

Pronto regresó al Banco, luego de su fugaz paso por el Consejo. Allí se siente cómoda, desempeñando diversas funciones en estos 15 años de labores.

Mientras saborea un café, vuelve atrás en el tiempo y evoca sus solitarios paseos por París, donde vivió 10 meses con quien en ese entonces era su esposo. Mientras él estudiaba beneficiado por una beca –con la cual ambos subsistían- ella se dedicaba a vivir la experiencia de recorrer palmo a palmo la Ciudad Luz.

Allí alquilaron primero una habitación en un aparta-hotel de la zona industrial y luego tomaron un apartamento en el barrio Latino, del cual recuerda con humor todos los esfuerzos por tratar de tener un lugar decente, pues estaba casi en ruinas.

Aunque en la actualidad vive sola -se separó hace algunos años- la soledad para ella es un placer, en compañía de un par de gatos, los libros y la música.

Amante de la literatura -de hecho tiene estudios en esta área- se declara admiradora de escritores como O’Henry, Hemingway y todos los del siglo de oro español, en particular de los sonetistas. Aunque tampoco deja de lado a los autores del momento, como Juan Gabriel Vásquez.

En su apartamento son notorias las obras de arte: pinturas de diferentes corrientes, entre ellas una Gioconda de su amigo Gustavo Sorzano, y otros cuadros en gran formato pintados por su hermana.

Sobre la mesa auxiliar de la sala reposan “Cats, cats, cats”, de Andy Warhol; “Los gatos de don Germán”, de Germán Arciniegas; “El gato negro”, de Poe; “Yoga para gatos”, y muchos otros más, en perfecta armonía con la cantidad de objetos decorativos que rememoran imágenes gatunas.

Marisa Monte ha dejado de cantar en el reproductor. Del café apenas queda una sombra tornasolada en el fondo del pocillo decorado con figuras felinas. Ya es hora de marchar para el trabajo, en la oficina otros gatos la esperan.

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