martes, 4 de septiembre de 2012

Deporte / Triatleta


Esperanza olímpica

El nado en las instalaciones de la Villa Olímpica es parte de la rutina diaria
de 
Andrés Eduardo Díaz, conocido como El Chamo



Nació en Venezuela, pero Colombia ha sido el país que lo ha apoyado en el triatlón, una práctica deportiva que incluye nado, bicicleta y carrera atlética. Su juventud y disciplina se conjugan para ser considerado uno de los deportistas más importantes de Risaralda.

Por su piel transitan diez cicatrices, al lado de tatuajes que recuerdan su compromiso olímpico como triatleta y, sobre todo, señalan en forma imborrable el cariño por su abuela Ofelia, cuya muerte contribuyó  a uno de los peores momentos de su vida: tanto la quiso que todavía lo acompaña en forma de notoria marca en su bíceps derecho.

Andrés Eduardo Díaz, conocido como El Chamo, es uno de los deportistas más entrevistados del deporte risaraldense. Ello debido a su alto rendimiento, por lo menos eso es lo que dice su entrenador, Carlos Iván Franco, quien añade un esperanzador “si quiere”.

El Chamo tiene 19 años y una historia que causa asombro, pues saber que no pudo asistir a los Olímpicos de Beijing por falta de apoyo, a pesar de tener cupo y visa tramitada, deja pensativo a cualquiera sobre las políticas estatales respecto a los deportistas de alto rendimiento. A pesar de ello, asegura: “reconozco que he sido muy apoyado”.

Por eso, muchos números marcan su vida deportiva: 15 salidas internacionales representando al país, 3 tatuajes, 4 a 7 horas diarias de entrenamiento, 3 continentes visitados, por no fatigarse contando las docenas de medallas y menciones. Y todo resumido en un cuerpo esbelto de apenas 66 kilogramos de peso.

Surcos en el agua

Mientras se toca de manera inconsciente una cicatriz, El Chamo viaja en el tiempo para recordar su niñez en Venezuela y su temprana llegada a Colombia, país que lo acoge desde los 9 años. Y en ese viaje, el recuerdo de la muerte de la abuela, en el 2010, lo deja entristecido, pues ella era quien lo acompañaba en los entrenamientos y estaba pendiente por completo de él, mientras su madre trabajaba para sostener el hogar debido al abandono por parte del padre.

Con la mirada esquiva y sus ojos verdes vacilantes, responde que su vida sentimental se resume en el afecto por su madre, para luego marcar una leve sonrisa que le recuerda los grandes amigos que ha conseguido en la iglesia cristiana a la que asiste.

Esa faceta espiritual la encontró casi de casualidad, cuando acompañó a alguno de sus amigos deportistas a una asamblea religiosa. Allí se dio cuenta que muchos compañeros asistían, motivándose para asistir con más frecuencia, incluso para sentir que su vida “ha mejorado un poquito”.

Conquistar nuevos reconocimientos internacionales es la meta
inmediata de
El Chamo, un joven que transpira sencillez y disciplina.

“Nada es imposible para dios”, responde al indagársele cuál es el pasaje que recuerda de su la biblia. Así, con esa fe de cambio, asegura que se sueña casado en un futuro y cuidando a sus dos hijos: “niño y niña”, remata con seguridad, la misma que parece contestar a la inquietud que minutos antes él mismo se planteaba por su futuro, un futuro que espera abonar con sus estudios en la licenciatura de deportes de la UTP, la cual avanza a medias debido a la cantidad de compromisos deportivos que atiende.

Así, por ejemplo, está próximo a viajar a Nueva Zelanda para asistir a un campeonato mundial, lo que se convertiría en su cuarto continente visitado. Y acá sus palabras se llenan de alegría, pues viajar es una de las grandes motivaciones que tiene como deportista. Para confirmar su optimismo, comenta que este año Chile y Canadá serán también puntos destacados de su recorrido internacional.

En esas citas mundiales, la seguridad y disciplina con la cual practica el triatlón le permitirán borrar algunas de esas cicatrices del alma para alimentar con orgullo ese tatuaje esculpido en el brazo con el nombre de uno los seres que más ha amado: Ofelia.

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