Esperanza olímpica
El
nado en las instalaciones de la Villa Olímpica es parte de la rutina diaria
de Andrés Eduardo Díaz, conocido como El Chamo |
Nació en Venezuela,
pero Colombia ha sido el país que lo ha apoyado en el triatlón, una práctica
deportiva que incluye nado, bicicleta y carrera atlética. Su juventud y
disciplina se conjugan para ser considerado uno de los deportistas más
importantes de Risaralda.
Por su piel transitan diez
cicatrices, al lado de tatuajes que recuerdan su compromiso olímpico como
triatleta y, sobre todo, señalan en forma imborrable el cariño por su abuela
Ofelia, cuya muerte contribuyó a uno de
los peores momentos de su vida: tanto la quiso que todavía lo acompaña en forma
de notoria marca en su bíceps derecho.
Andrés Eduardo Díaz, conocido
como El Chamo,
es uno de los deportistas más
entrevistados del deporte risaraldense. Ello debido a su alto rendimiento, por
lo menos eso es lo que dice su entrenador, Carlos Iván Franco, quien añade un
esperanzador “si quiere”.
El Chamo tiene 19 años y una historia que causa asombro,
pues saber que no pudo asistir a los Olímpicos de Beijing por falta de apoyo, a
pesar de tener cupo y visa tramitada, deja pensativo a cualquiera sobre las
políticas estatales respecto a los deportistas de alto rendimiento. A pesar de
ello, asegura: “reconozco que he sido muy apoyado”.
Por eso, muchos números
marcan su vida deportiva: 15 salidas internacionales representando al país, 3
tatuajes, 4 a 7 horas diarias de entrenamiento, 3 continentes visitados, por no
fatigarse contando las docenas de medallas y menciones. Y todo resumido en un
cuerpo esbelto de apenas 66 kilogramos de peso.
Surcos en el agua
Mientras se toca de
manera inconsciente una cicatriz, El
Chamo viaja en el tiempo para recordar su niñez en Venezuela y su temprana
llegada a Colombia, país que lo acoge desde los 9 años. Y en ese viaje, el
recuerdo de la muerte de la abuela, en el 2010, lo deja entristecido, pues ella
era quien lo acompañaba en los entrenamientos y estaba pendiente por completo
de él, mientras su madre trabajaba para sostener el hogar debido al abandono
por parte del padre.
Con la mirada esquiva y
sus ojos verdes vacilantes, responde que su vida sentimental se resume en el
afecto por su madre, para luego marcar una leve sonrisa que le recuerda los
grandes amigos que ha conseguido en la iglesia cristiana a la que asiste.
Esa faceta espiritual
la encontró casi de casualidad, cuando acompañó a alguno de sus amigos
deportistas a una asamblea religiosa. Allí se dio cuenta que muchos compañeros asistían,
motivándose para asistir con más frecuencia, incluso para sentir que su vida
“ha mejorado un poquito”.
Conquistar
nuevos reconocimientos internacionales es la meta inmediata de El Chamo, un joven que transpira sencillez y disciplina. |
“Nada es imposible para
dios”, responde al indagársele cuál es el pasaje que recuerda de su la biblia.
Así, con esa fe de cambio, asegura que se sueña casado en un futuro y cuidando
a sus dos hijos: “niño y niña”, remata con seguridad, la misma que parece contestar
a la inquietud que minutos antes él mismo se planteaba por su futuro, un futuro
que espera abonar con sus estudios en la licenciatura de deportes de la UTP, la
cual avanza a medias debido a la cantidad de compromisos deportivos que atiende.
Así, por ejemplo, está
próximo a viajar a Nueva Zelanda para asistir a un campeonato mundial, lo que se
convertiría en su cuarto continente visitado. Y acá sus palabras se llenan de
alegría, pues viajar es una de las grandes motivaciones que tiene como
deportista. Para confirmar su optimismo, comenta que este año Chile y Canadá
serán también puntos destacados de su recorrido internacional.
En esas citas
mundiales, la seguridad y disciplina con la cual practica el triatlón le
permitirán borrar algunas de esas cicatrices del alma para alimentar con
orgullo ese tatuaje esculpido en el brazo con el nombre de uno los seres que
más ha amado: Ofelia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario