domingo, 23 de noviembre de 2014

Opinión / Oda a las mujeres


No sé cuál prefiero; si la mujer árbol, la cometa, la estrella, las que parecen hombres, las mujeres pájaro o las jinetes de la pradera. Cada una ha dejado en mí una leyenda sobre la piel, una inscripción, un  tatuaje, una herida, un poema. 

Por: Alberto Antonio Verón O.
Una mujer es una existencia extraña pues de lejos parece un árbol, más lejos todavía una cometa o una estrella, pero de cerca una mujer puede adquirir la figura de una bandera colorida y ligera. He conocido mujeres que parecen  hombres, te sustraen el cuerpo,  lo engullen literalmente, te arrancan la piel y te hacen sudar. Hay otras que cuando tienen el rostro a la altura de tu boca son como pájaros curiosos que picotean las mejillas. También existen las mujeres jinetes, cuando cabalgan por mi cuerpo se les encienden las mejillas como a semáforos en rojo.
No sé cuál prefiero; si la mujer árbol, la cometa, la estrella, las que parecen hombres, las mujeres pájaro o las jinetes de la pradera. Cada una ha dejado en mí una leyenda sobre la piel, una inscripción, un  tatuaje, una herida, un poema. Las mujeres son en mí una experiencia antigua: mamá, tía, hermana, secretaria, congresista, prostituta, mujer policía, bailarina, mesera, investigadora, monja, manicurista, astronauta. Mujeres tibias, ausentes, presentes, prolongadas, son el punto de encuentro de esa larga avenida que es mi vida. Se hunden con sus piernas  en pantanos rojos y se abren como brazos en señal de alegría, se ondulan como cabellos en plazas y rotondas, rectas y redondas, duras y flácidas, negras, canelas, blancas. De lejos parecen árboles y más lejos aún son estrellas fugaces en un cielo remoto.
También he visto que algunas profesionales se parecen a fantasmas que me abruman en las  noches, aterido de miedo cuando se asoman por calles oscuras y me atraviesan el estómago con el almizcle de su desprecio. Las mujeres fantasma me han perseguido, atraviesan mi sueño y mi vigilia, anidan en mi ombligo como un trozo de algodón. Se atreven a depilar mi cuerpo como a un vampiro y como brujas me arrojan sortilegios.

La profesional bruja y la profesional pájaro han sido mis amigas. A su lado están la mujer madre, la mujer tía, la mujer obrera, dependiente, impulsadora, peluquera, bióloga, trabajadora sexual y social. Ellas son el género asertivo, desiderativo y copulativo; mi destete y desasimiento en carne, en heces, en agua, en todas las huellas delictivas y adictivas. Mujeres acierto, acertijo, desacierto. Mujeres como regalo en las vitrinas de las universidades, ciencia del deseo, de la carnadura, de la ternura en estado de piel, de desnudez, de ingravidez. Profesionales feministas, afeminadas, femeninas, varoniles, rasuradas y sin rasurar, cerebros repletos de ideas como una caja de serpentinas. Mujeres como arroz, como arena, sal de mar. Profesionales de la vida. 

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