En su día de descanso se
muestra amable y muy relajado, lejos de los afanes y decisiones trascendentales
que debe tomar como presidente ejecutivo de la Cámara de Comercio de Pereira.
Su casa, en las afueras de la ciudad, es un refugio que lo acoge a él y a toda
la familia Vega Lemus.
La
espera en la iluminada sala se hace corta mientras el visitante observa varias
obras de arte ubicadas en las paredes de la moderna sala comedor de esta
residencia campestre. Hay allí un par de obras seriadas de Édgar Negret y otra
del pintor ecuatoriano Héctor Ramírez, además de algunas pinturas que no se
logran identificar. Todo es equilibrado, nada ostentoso. Lo único exagerado es
el árbol, de más de dos metros de altura, pero que todavía no tiene regalos. Ya
llegarán, al igual que el anfitrión.
Aparece
ofreciendo disculpas por la breve tardanza –“qué pena con usted”, dice con jovialidad–.
Demuestra vitalidad y mucha extroversión, lo cual se enfatiza con el vestuario
juvenil que lleva: camisa casual, pantalones amplios y unos cómodos zapatos.
Siempre sonríe; incluso en los momentos más nostálgicos de la entrevista
–cuando recuerda a su padre– deja de exhibir una ligera sonrisa.
El
abogado pereirano Mauricio Vega Lemus nació hace 39 años y en la actualidad
ejerce por segunda vez la presidencia ejecutiva de la Cámara de Comercio de
Pereira. Desde hace una década comparte su vida con María Paulina Echeverry, la
misma que minutos antes hacía ejercicios en las afueras de la casa, acompañada
por un instructor.
Cerca
de allí, en la zona de piscinas, corretea una niña de cabellos castaños claros,
delgada. Es Helena, la hija de siete años, pero que demuestra una gran
capacidad para atender con rapidez las solicitudes de sus padres.
Al
observar a dos visitantes extranjeros que desayunan en el comedor principal,
Mauricio comenta: “somos muy sociables”. Y pareciera no necesitar afirmarlo, de
hecho el condominio todo está habitado, además, por primos, tíos, su hermana
Mariana, su madre -María Teresa- y la abuela, Mery Mejía de Lemus. Solo falta
allí su padre, el economista Alberto Vega Garcés, muerto de manera prematura en
el 2009, un hombre que marcó de manera definitiva a Mauricio desde su infancia.
El mismo Alberto que integraba la Rondalla Luis Carlos González y el grupo
Señores.
Mencionar
a su padre lo lleva a la infancia y a la música. Con rostro nostálgico se
lamenta por “no tener oído”, por eso no canta y tampoco toca instrumento
musical alguno; pero es un aficionado a
los tangos –su cantante favorita es Adriana Varela–, a la cual pudo escuchar en
su ciudad natal. De su gusto también lo son las rancheras –José Alfredo
Jiménez, Cuco Sánchez y Chavela Vargas están en su lista–. Por supuesto, no
faltan en su discoteca personal los boleros, la música colombiana y su grupo
favorito, el español Siempre así. De manera desprevenida comenta como
recientemente se encerró a escuchar un álbum reciente con cuatro discos de
Serrat, estudiando de manera concienzuda
su letra, pues en eso es infaltable: se sabe de memoria centenares de
canciones.
Su
afición por la música y la eterna admiración por su padre, lo llevó a dedicar
las vacaciones decembrinas del año pasado, casi por entero, a la recuperación
de un antiguo casete con canciones interpretadas por su padre, el cual hizo
remasterizar, buscó las letras de los temas allí incluidos, para luego diseñar
carátula y un librito acompañante del álbum que tituló “Alberto Inmortal”. Ese
fue el regalo para todos sus allegados ese año.
Leer
historia, en particular de España, es otra de sus aficiones. Así mismo,
disfruta de novelas históricas y biografías, las cuales complementa con las
obras de John Grisham. En sus ratos libres también sigue algunas series
televisivas, tales como House Of Cards, Scandals y White Collar.
Al lado de grandes
Desde
los 13 años, de manera por demás precoz, empezó como columnista en El Diario
del Otún y luego en La Tarde. De hecho, también dirigió la separata “Espacio
juvenil”, a partir de la cual fundó el grupo “Futuros dirigentes”, con el cual
dejaba entrever sus dotes de liderazgo y de lo que él llama “el servicio
público y trabajar por los demás”.
Aunque
hizo la primaria en el Salesiano, se graduó como bachiller del Calasanz. Su
padre, gran relacionista, era amigo del periodista y escritor Germán Castro
Caycedo, quien cuando tenía 15 años lo invitó para que lo acompañara en una
entrevista que le haría al asesinado líder conservador Álvaro Gómez Hurtado,
con quien pudo entablar algún grado de amistad, y fue quien le aconsejó
estudiar Derecho en la Pontificia Universidad Javeriana, carrera que inició a
los 16.
De
esta época recuerda cómo fue de difícil vivir solo y asumir todas las
responsabilidades en su estadía en la capital. De hecho, durante las dos
primeras semanas se gastó toda la plata que le habían dado para el mes.
Angustiado, llamó a su padre para pedirle más dinero, pero solo le respondió:
“lo siento mucho”. El resto del mes sobrevivió comiendo gaseosa con pan, más
las eventuales visitas a almorzar en la casa de una pariente.
Ese
amor por la música que se respiraba en su hogar hacía que fuera el punto de
llegada de varios artistas, entre ellos Helenita Vargas. Por eso, apenas se
graduó, fue invitado por la artista para que le diera asesoría legal, siendo
este su primer trabajo como profesional durante dos años, en los cuales
recorrió el país en sucesivas presentaciones semanales de la artista, haciendo
las veces de “medio manager”, pues era el encargado de cobrar. Incluso, la
acompañó en la grabación de dos discos, de uno de los cuales hizo la
presentación que aparece en el álbum respectivo.
Con
ganas de mejorar, se fue luego para Londres, donde aprendió inglés y trabajó.
Luego llegó su selección como presidente ejecutivo de la Cámara de Comercio de
Pereira, cuando apenas tenía 24 años. Empezó
allí una vida pública que pronto lo ha marcado como uno de los mayores líderes
de la ciudad.
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