domingo, 23 de noviembre de 2014

Opinión / Fantasías

Las sectas satánicas, presentadas por la Iglesia y la fuerza pública como el coco de los niños que deambulaban por la ciudad tras una golosina, pasaron a mejor vida. Ya no viven ni en los cementerios ni en la fábula fundamentalista del ethos religioso. 


Por Carlos Victoria
Una sociedad autoritaria y conservadora como la nuestra, opta por enmascarar la realidad y sus problemáticas, a cambio de un amplio catálogo de fantasías. Por eso vive la tentación permanente de disfrazarse de cualquier cosa. El antifaz no es más que el correlato de una comparsa en la que el individualismo, el sentimiento y el disfrute  reconfiguran imaginarios y sujetos. Cortinas y cortineros hacen parte de la parodia.
Los bailes de disfraces salieron de los clubes privados y saltaron a las calles. Los adultos volvieron a ser niños y los niños quieren parecerse a los adultos. Roles trastocados por una cultura del consumo que hace de la risa, la hilaridad y el ridículo una mercancía. Del Halloween solo quedan unas pocas sombras, mientras los dulces de contrabando se toman las calles. Todos queremos ser superhéroes.
Las sectas satánicas, presentadas por la Iglesia y la fuerza pública como el coco de los niños que deambulaban por la ciudad tras una golosina, pasaron a mejor vida. Ya no viven ni en los cementerios ni en la fábula fundamentalista del ethos religioso. Ahora el panorama es gobernado por un conjuro de representaciones parodiando a una secuela de carniceros y descuartizadores que aterrorizan a los transeúntes en andenes, calles y parques. Para estos no hay persecución.
Las brujas desaparecieron de las oficinas públicas y privadas dando paso a calaveras, zombis y espantos, como si en realidad se tratara de un inconsciente colectivo  apasionado por la muerte, la mortandad y lo mortífero. ¿Parodias de las fosas comunes, las desapariciones y actos sacrificiales que acabaron con la vida de miles de  hombres y mujeres de esa Colombia condenada al genocidio?
El contagio del disfraz llega con su inocente mensaje de batirse a duelo con las representaciones calcadas de Hollywood, u otras arrancadas de piezas inverosímiles de la literatura. Maestras y maestros, en cambio, empecinados en que sus niños-estudiantes abandonen a Batman, ordenan  disfraces de chapoleras y campesinos arruinados. Pero también los hay quienes desde el poder no se quedan atrás y alquilan disfraces inocuos.

La fantasía, a través del disfraz, es una treta ingeniosa para separarnos de la realidad, la cual incluye el clima de represión de una sociedad. Leyendo a Bajtin podemos deducir que lo carnavalesco lucha por construir una identidad sobre otras, las mismas que podemos asociar a lo indeseable, lo nauseabundo, pero también lo quimérico. Es tal vez la representación de una mentalidad que en la histeria encuentra la posibilidad de fugarse por unas cuantas horas. Las fantasías son una puerta de escape en un país asediado por la parca.

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