Las garras del orden
Por:
Carlos Victoria
Construir nación, transitar
hacia la democracia y acabar con la inequidad, han sido tres de las materias en
las que los colombianos nos hemos enfrascado desde el siglo pasado con resultados
infructuosos, porque esos mismos puntos han sido determinantes en el pulso
entre justicia, orden y violencia. La reciente destitución del Alcalde de
Bogotá, Gustavo Petro, ratifica una vez más que la frustración prosigue.
Este año termina como
empezó: en medio de la expectativa, pero también del anhelo de millones de
colombianos que hemos apostado por un tránsito pacífico hacia un nuevo orden
social que privilegie el bien común, como esencia de la república. No obstante,
el modelo de mercado -léase capitalismo salvaje- conspira contra la esencia de
la cosa pública, columna vertebral de las democracias representativas.
Petro ha caído en las
garras del orden como deseo, que sectores extremistas de la sociedad colombiana
han impuesto desde tiempos inmemoriales, en clara señal de que la Regeneración de Caro y Núñez no solo no
ha muerto, además campea de modo desafiante ante los avances de una modernidad
incluyente a través del pluralismo, la tolerancia, la convivencia y el respeto
por las ideas ajenas.
El significado de este
hecho político, revestido de una decisión judicial, es un mal precedente de
cara a los alcances de las conversaciones en La Habana que buscan,
precisamente, ponerle un dique a las múltiples violencias generadas por la
inequidad, en tanto que envía una señal desastrosa: el laberinto institucional
del orden tiene trampas en el camino de la reconciliación.
Los odios desatados
antes y después de las guerras civiles desde la cuales se construyó el Estado
nación están intactos y lejos de superarse. Por eso es tan difícil, además, que
todos y todas nos veamos representados en la nación, la cual ha quedado
reducida a un mapa conformado por bandas criminales, multinacionales, frentes
guerrilleros y regiones enteras sumidas en la pobreza y el olvido. Allí la
soberanía es sinónimo de incertidumbre.
Digerir históricamente
la decisión de un hombre fiel a tradiciones oscurantistas, que ha negado el
holocausto nazi y ha incinerado textos de libres pensadores, es una tarea
difícil en un país sin memoria y menos aún sin apego por el estudio crítico de una historia hasta ahora solo contada por los
vencedores, como enseña Walter Benjamin.
Lo mejor, en función de
una democracia auténtica, un orden justo y una sociedad incluyente, es que,
menos mal, millones de colombianos han despertado de ese viejo e
improductivo letargo con el que las
élites se han congraciado para evitar que su orden, el de la injusticia, sea
alterado por el de la igualdad como aspiración legítima de quienes han
resultado víctimas de lo que llaman desarrollo. Feliz navidad y un 2014 en paz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario