sábado, 4 de enero de 2014

Opinión / Vecinos

Fiesta del sol
Por: Gloria Inés Escobar Toro
La navidad tomada no en su espurio y forzado sentido cristiano sino en el más antiguo y original, es la conmemoración de los solsticios, es una fiesta al sol. El origen de esta festividad parece remontarse pues al culto del astro sol que muchas culturas practicaron en la antigüedad.
Esta época del año en que ocurre uno de los dos solsticios, el de invierno, fue para ciertas culturas antiguas tiempo de renacimiento y renovación; para otras, una manera de restaurar, así fuera por poco tiempo, la igualdad que reinaba originalmente entre los seres humanos; y para otras tantas, el inicio de una nueva etapa y la reafirmación del ciclo vital del tiempo. En todos los casos una época cargada de mágico simbolismo.
Así, la llegada del solsticio de invierno era exaltada por culturas diversas con ritos diferentes y en latitudes distantes: algunos europeos encendían hogueras en su honor; los antiguos romanos celebraban el Festival del Nacimiento del Sol Inconquistado; y los pueblos andinos solían recibirlo con ceremonias religiosas como la del Inti Raymi de los Incas o Fiesta del Sol. De esta manera, desde el día del solsticio (21 o 22 de diciembre) hasta dos o tres días más, cuando la luz del día aumentaba, las sociedades antiguas practicaban una suerte de suspensión de la cotidianidad y se sumergían en una gran fiesta al sol, es decir, a la renovación de la vida.
Entonces lo que hoy conocemos como navidad, su significado, ritos y tradiciones, a pesar de la dulzura y el aura compasivo que derraman, no es más que una impostura instaurada por el poder con el propósito de afianzar una creencia e imponerla sutilmente a toda la sociedad. Lo que inicialmente representaba en tiempos remotos una época de gran comunión porque consagraba la estrecha relación entre el sol, la tierra y la vida, relación absolutamente necesaria para la supervivencia del ser humano, fue eliminada y suplantada por un simbolismo totalmente distinto con pretensiones de universalidad.
Ahora bien, esta impostura además de servir a los intereses ideológicos del grupo dominante que la instituyó en suplantación de la original celebración, se ha puesto hoy al servicio del mercado, por ello todas las fechas que se han creado alrededor de la fiesta mayor, el 24 de diciembre, e incluida esta, se han convertido en una fecha comercial y como tal, y contrario al espíritu que alguna vez tuvo en cierta cultura, una manifestación incuestionable de la segregación a la que se ha condenado a la humanidad.

Ya no solo no se nos permite recordar por unos días que alguna vez la humanidad estuvo libre de la discriminación social, recuerdo peligroso de un tiempo sin patronos y sirvientes, sino que el mercado a través de su mano invisible, refuerza la existencia de una franja infranqueable entre quienes pueden acceder al mundo infinito de mercancías y quienes tienen que contentarse con disfrutarlas viéndolas en manos de otros. 

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