Por: Gloria Inés Escobar Toro
La
navidad tomada no en su espurio y forzado sentido cristiano sino en el más
antiguo y original, es la conmemoración de los solsticios, es una fiesta al
sol. El origen de esta festividad parece remontarse pues al culto del astro sol
que muchas culturas practicaron en la antigüedad.
Esta
época del año en que ocurre uno de los dos solsticios, el de invierno, fue para
ciertas culturas antiguas tiempo de renacimiento y renovación; para otras, una
manera de restaurar, así fuera por poco tiempo, la igualdad que reinaba originalmente entre los seres humanos; y para
otras tantas, el inicio de una nueva etapa y la reafirmación del ciclo vital
del tiempo. En todos los
casos una época cargada de mágico simbolismo.
Así, la llegada del
solsticio de invierno era exaltada por culturas diversas con
ritos diferentes y en latitudes distantes: algunos europeos
encendían hogueras en su honor; los antiguos romanos celebraban el Festival del Nacimiento del Sol
Inconquistado; y los
pueblos andinos solían recibirlo con ceremonias religiosas como la del Inti Raymi de los
Incas o Fiesta del Sol. De esta manera, desde el día del solsticio (21 o 22 de diciembre) hasta
dos o tres días más, cuando la luz del día aumentaba, las sociedades antiguas
practicaban una suerte de suspensión de la cotidianidad y se sumergían en una
gran fiesta al sol, es decir, a la renovación de la vida.
Entonces
lo que hoy conocemos como navidad, su significado, ritos y tradiciones, a pesar
de la dulzura y el aura compasivo que derraman, no es más que una impostura
instaurada por el poder con el propósito de afianzar una creencia e imponerla
sutilmente a toda la sociedad. Lo que inicialmente representaba en tiempos
remotos una época de gran comunión porque consagraba la estrecha relación entre
el sol, la tierra y la vida, relación absolutamente necesaria para la
supervivencia del ser humano, fue eliminada y suplantada por un simbolismo totalmente
distinto con pretensiones de universalidad.
Ahora
bien, esta impostura además de servir a los intereses ideológicos del grupo
dominante que la instituyó en suplantación de la original celebración, se ha
puesto hoy al servicio del mercado, por ello todas las fechas que se han creado
alrededor de la fiesta mayor, el 24 de diciembre, e incluida esta, se han
convertido en una fecha comercial y como tal, y contrario al espíritu que
alguna vez tuvo en cierta cultura, una manifestación incuestionable de la segregación
a la que se ha condenado a la humanidad.
Ya
no solo no se nos permite recordar por unos días que alguna vez la humanidad
estuvo libre de la discriminación social, recuerdo peligroso de un tiempo sin patronos
y sirvientes, sino que el mercado a través de su mano invisible, refuerza la
existencia de una franja infranqueable entre quienes pueden acceder al mundo
infinito de mercancías y quienes tienen que contentarse con disfrutarlas
viéndolas en manos de otros.
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