Adulto mayor sin techo
En la Comuna son
frecuentes los trabajos informales de centenares de personas que viven del
llamado “rebusque”, labores que de alguna manera les ayudan a la supervivencia,
pero que no les aportan los suficientes ingresos para lograr un nivel de vida
digno.
Con su
indumentaria, más propia de un artista bohemio, Gustavo Celis realza su
presentación física, complementada con una característica barba larga y blanca
que se dejó crecer en los años recientes.
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De acuerdo con un
censo preliminar, 85 personas se dedican a la vigilancia informal, en su
mayoría de vehículos. El monto del pago recibido por esta labor lo define cada
usuario, pues no hay una tarifa establecida. En este sector informal se nota,
además, que algunos de ellos pertenecen a la tercera edad, lo que hace aún más
delicada la situación.
Uno de ellos es
Gustavo Celis Echeverri, de 71 años, quien, según sus palabras, desde hace 34
años está dedicado al cuidado de carros en el sector de la Circunvalar y
aledaños.
En su juventud
trabajó en áreas como la construcción, recolección de café, cerrajería, venta
en almacenes y representante de ventas, además como administrador de algunos
vehículos de un familiar. Según Gustavo, tiene dos certificados del Sena en
cerrajería y mecánica industrial. Algo que parece demostrarlo con su
vocabulario amplio y fluido.
Pero desde 1969,
tras un tiempo sin empleo, optó por cuidar vehículos en la calle, empezando en
la iglesia de San José, para luego trasegar por muchos otros lugares de esta
zona. Todo por insinuación de un hermano que también ejercía este oficio.
Al indagársele
por la familia, comenta que todos están ya muertos, por eso no tiene techo
dónde dormir y, para lograrlo, ocupa de noche un espacio ubicado en la parte
posterior del edificio Los Alpes, sobre la carrera 14 con calle 11.
Allí, los
comerciantes del sector lo ayudan con comida y ropa, de la que dice tener suficiente,
guardada en un maletín que se convirtió en su casa ambulante. De sus palabras
solo brotan palabras de agradecimiento para con todas esas personas que a
diario le colaboran, incluso con agua, uno de sus mayores afanes para
mantenerse aseado.
Cuando se le
informa sobre las ayudas que tiene el Estado para la población de la tercera
edad, demuestra sorpresa e interés. Incluso está dispuesto a gestionarla, pero
antes debe cambiar su vieja cédula.
Como esta, son
muchas las historias en la comuna, donde en medio de la abundancia, también se
evidencia la precariedad de muchas vidas anónimas que pasan como
fantasmagóricos quijotes frente a nuestra indolente mirada.
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