Por Gloria Inés Escobar Toro
Si se deja a un lado lo sagrado y lo místico que tiene la toma del yagé en las culturas ancestrales, ésta queda reducida a una experiencia sicodélica y alucinante.
Experiencia a la que normalmente accede la burguesía, especialmente la pequeña y mediana, que por un lado tiene la posibilidad de pagar los $ 40.000 pesos que parece ser la tarifa estándar para participar en uno de estos rituales en plena selva de cemento, eso sí, con la garantía que el brebaje haya sido preparado por un auténtico taita del valle del Sibundoy y que la ceremonia sea también dirigida por uno de ellos; y por otro lado, son estos burgueses, quienes buscan en la toma una cura o calmante para su atormentado espíritu que al parecer se debate en la constante necesidad de “encontrarse” a sí mismos. Las otras personas, las que pertenecen a la gran burguesía prefieren acceder a otros métodos más costosos pero menos “salvajes” para obtener experiencias parecidas; mientras que las clases populares ni siquiera piensan en ello por la palmaria razón de estar ocupados ciento por cierto, en el rebusque diario para “encontrar” alimentos para sí mismos y su prole, y por ello mismo eso de ponerse en armonía consigo mismos les suena a chino, cuando les suena.
No niego las propiedades medicinales que la ayahuasca pueda tener, ni la seriedad y profundo sentido que los indígenas le atribuyen; tampoco desestimo la posible puerta que la planta abre para llegar al inconsciente y derivar en un ejercicio sicoanalítico interesante si se sabe conducirlo; incluso no dudo del sincero respeto y sentimiento místico que anima a algunos de quienes acuden a este ritual; pero creo que hay gran cantidad de avivatos que trafican con las “necesidades” espirituales de la gente y convierten estas ceremonias en lucrativos negocios.
Mercaderes que mantienen vigente la moda de participar en estos rituales aunque para ello acudan a taitas recién fabricados que irresponsablemente reparten, en ambientes cargados de misterio, oscuridad y aromas purificadores y en medio de fetiches “auténticos”, la ansiada toma que llevará a un viaje profundo al interior de cada participante sin reparar en el enorme peligro que ello acarrea para la salud.
El yagé fuera de su contexto y de su sentido, el que tiene dentro de las comunidades indígenas ancestrales, no es más que un embeleco peligroso que hace caso omiso de los cuidados que deben tenerse y del cual sacan provecho mercachifles que disfrazan el negocio en que se ha convertido promover y organizar tomas, con el exotismo con el cual rodean la ceremonia y con el falso misticismo que se respira en los miembros que hacen parte de la puesta en escena en que se realiza el ritual.
Indudablemente el yagé ha sido alcanzado por la mano contaminante del capitalismo que todo lo que toca lo convierte en mercancía, sin importar lo que su uso cause.
No niego las propiedades medicinales que la ayahuasca pueda tener, ni la seriedad y profundo sentido que los indígenas le atribuyen; tampoco desestimo la posible puerta que la planta abre para llegar al inconsciente y derivar en un ejercicio sicoanalítico interesante si se sabe conducirlo; incluso no dudo del sincero respeto y sentimiento místico que anima a algunos de quienes acuden a este ritual; pero creo que hay gran cantidad de avivatos que trafican con las “necesidades” espirituales de la gente y convierten estas ceremonias en lucrativos negocios.
Mercaderes que mantienen vigente la moda de participar en estos rituales aunque para ello acudan a taitas recién fabricados que irresponsablemente reparten, en ambientes cargados de misterio, oscuridad y aromas purificadores y en medio de fetiches “auténticos”, la ansiada toma que llevará a un viaje profundo al interior de cada participante sin reparar en el enorme peligro que ello acarrea para la salud.
El yagé fuera de su contexto y de su sentido, el que tiene dentro de las comunidades indígenas ancestrales, no es más que un embeleco peligroso que hace caso omiso de los cuidados que deben tenerse y del cual sacan provecho mercachifles que disfrazan el negocio en que se ha convertido promover y organizar tomas, con el exotismo con el cual rodean la ceremonia y con el falso misticismo que se respira en los miembros que hacen parte de la puesta en escena en que se realiza el ritual.
Indudablemente el yagé ha sido alcanzado por la mano contaminante del capitalismo que todo lo que toca lo convierte en mercancía, sin importar lo que su uso cause.
No hay comentarios:
Publicar un comentario