La idea de progreso, así como el esfuerzo por
levantar construcciones de cemento sobre la tierra, es algo que parece
arrobar la conciencia y los bolsillos de los dueños de nuestras ciudades.
Pero quien paga los costos de esa idea de progreso, son esos otros
compañeros nuestros en el planeta, aquellos que no hablan pero que sienten: la
tierra misma el resto de los animales, los árboles, las
corrientes subterráneas de agua. Todo ese micro- gran mundo se ve afectado.
¿Quién reclama por esas víctimas? Evoco la mirada de las ardillas, los
ratones de monte, que se encontraron de súbito con hombres y máquinas
que han invadido su universo.
Desde sus inicios la calle 14 fue pensada como una
de las zonas con mayor potencial para el Progreso . Transitarla lleva
a comprender el proceso de transformación histórica cuando se
contemplan las últimas fachadas de bahareque sobre la carrera cuarta o
quinta, como pequeñas huellas de la ciudad del bambuco y los paseos nocturnos;
ese pedazo de cultura popular que sobrevive alrededor del Parque de la
Libertad, con sus jubilados, desempleados, hombres y mujeres del rebusque de
todo tipo.
Al pasar por el almacén Éxito, al cruzar el puente
de la calle 14, es como si todo ese ahogo y ese atafago de la vieja
Pereira que todavía sobrevive, empezara a cambiar, por una promesa de
progreso que paradójicamente se posterga en los constantes
embotellamientos que conducen hasta el barrio de Los álamos.
La Universidad Tecnológica de Pereira era en otros
tiempos el fin de la ciudad. Allí ha crecido la comunidad académica de
mayor desarrollo en la región. Pero los últimos 13 años han visto
multiplicarse el número de estudiantes, de profesores de contrato, de
contratistas, de nuevas actividades que florecen alrededor de la
universidad, de cientos de automóviles y motocicletas que hacen fila
para entrar a los parqueaderos. Ese crecimiento se ha pagado con el
morder pedazos, nichos ecológicos de la hacienda La Julita. Tal
vez la imagen más contundente de esa fiebre del progreso es la de una
familia de zorros que, cruzan la calle, aterrados, desplazados por las
máquinas que invadieron su espacio para urbanizar. ¿A quien les
importan estos
seres? ¿A que bosque huyeron?.
Fotografia: Alejandro Alvarez Henao 2012
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