Las fiestas son la válvula de escape para
cualquier sociedad, llámense ferias, carnaval o como quieran. Son en sí mismas
mecanismos de control social, en medio del aparente descontrol del momento, una
manera de evadir por un momento la rigidez de una sociedad normativa y nada
concesiva. El estudioso ruso Mijail Bajtin ya lo planteó con suficiencia.
Que Pereira realice sus fiestas durante el
mes aniversario de su fundación es algo de lo más loable, otra cosa es que
ellas tiendan a desdibujarse, a perder su sentido, el ritmo de su quehacer… su
identidad.
Incluso desde su mismo nombre. Nadie
entiende, por ejemplo, cómo el nombre “Fiestas de la Cosecha”, ya posicionado
en ciertos sectores de la nación, se remplace por otros como “Pereira es una
fiesta”, que con todo el respeto parece más el atributo de una celebración de
algún centro comercial o de los integrantes de alguna asociación mercantil.
En eso que los conocedores llaman city marketing,
por no decir mercadeo o posicionamiento de ciudad, vamos perdiendo. Ya lo
advertíamos en anterior editorial: Pereira no sabe qué es, sus dirigentes
tampoco saben lo que somos y la ciudadanía, al parecer, menos aún.
Cada mes de agosto se repiten unas
actividades. Ellas deberían estructurar la propuesta de unas fiestas con nombre
propio –Fiestas de la Cosecha no merece ser desplazado– para así omitir eventos
de última hora que nada aportan a la construcción de una oferta carnavalera
consistente y atractiva para el turista y, por supuesto, para los pereiranos.
Ya es hora de dejar de armar una colcha de
retazos con todos los eventos que entidades particulares o ciudadanos autónomos
realizan por su propia cuenta, para que luego la administración municipal los
englobe como parte de la itinerancia de las fiestas. De este modo, la
exposición de un taller privado aparece al lado del tradicional desfile de
autos antiguos, por ejemplo. Allí hay más de calculado aprovechamiento que de
capacidad de aglutinar o de organizar.
Todo ello da indicios claros de que la orden
es rellenar a como dé lugar una programación. Y eso se da porque no hay –y no
ha habido– una coordinación real de las fiestas, como sí se ve en las ciudades
aledañas, donde todo se organiza desde muchos meses antes y cuenta con el apoyo
financiero de los entes respectivos –Oficinas de Fomento al Turismo, por
ejemplo–. Acá pareciera que los funcionarios municipales solo se alertaran en
julio, pues en ese mes andan siempre desesperados preguntando qué va a suceder
en agosto en la agenda cultural de la ciudad para incluirlo sin ningún criterio
en el improvisado programa.
Somos café, arriería, paisaje, cálidos,
alegres y muchas otras características, pero con estos bandazos en el cambio de
nombre pareciera que no vamos a ningún Pereira.
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