¿Qué pretenden con auto proclamar a
Pereira como capital del Eje Cafetero? . ¿Este slogan es fruto de un consenso?
¿Qué le importa a un habitante de Villa Santa Ana o de Pinares que la ciudad
sea rebautizada? A mi juicio, estas y otras muchas preguntas solo surten un
cumulo de representaciones y realidades asimétricas a la realidad específica.
Esa realidad que se mimetiza bajo la solapa de la publicidad institucional.
Publicidad que atrapa y resume pero que también dice.
Si el tal “cambio” se diluye entre cursilería
gubernamental y los fantasmas que velan en torno a la contratación pública,
Pereira solo es una ciudad, como otras tantas, donde la gente se aferra a hitos
de identidad que nuclean sus sentidos culturales y sociabilidades, eso si cada
vez más diluidas en el caldo del consumismo, el individualismo y otros tantos
ismos que terminan por indigestar la existencia llana.
De la carreta de la pereiranidad solo
queda la voz peregrina de sus impulsores. Alguna vez también la pretendieron, a
cambio de muchos dólares, llamarla la capital de la “cultura americana”. Y como
a cualquiera que se le ocurriera decir algo la proclamé en 1990 la
“capital mundial del despecho”. Una desproporción de la que nunca (nunca…) me
arrepiento. Cuando muera espero que no lo olviden.
Ciudad cívica, ciudad sin puertas,
capital del departamento piloto y más y más consuelos para una ciudad huérfana
de liderazgos éticos y auténticamente democráticos. Ciudad conservatizada y
racializada por ideales de clases legendarias pero también espurias que se
disputan el espacio económico y simbólico del poder. Ciudad sitiada por el
microtráfico y el hampa de todos los pelambres. Pobre ciudad. Ciudad pobre,
donde la gente honesta es lo mejor.
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