Regularmente los gobiernos hablan,
vociferan y gritan. Hablan hasta por los codos. Declaraciones, comunicados,
boletines, comunicadores, programas de televisión y radio van y vienen. Copan
todos los espacios de la vida cotidiana. Siempre están diciendo cosas.
Creámoslo o no, esta retórica solo da la sensación que están gobernando.
Palabras y palabras cargadas de sentido o sin-sentido –no importa- legitiman su
actuación.
¿A cambio que tenemos por estos días?. Miles de jóvenes estudiantes de
las secundarias de Pereira y Dosquebradas marchando por las calles de ambos
municipios protestando, exigiendo y dejándose oír. Le dicen a sus alcaldes que
los colegios se están cayendo, que la comida es mala y que no les nombran
profesores. Piden respeto. Es la voz juvenil en la calle ante los oídos sordos
de los oidores elegidos para que resuelvan los asuntos públicos.
¿A que viene todo esto? A que a los gobiernos les importa muy poco lo
que esté pasando afuera de sus despachos. A que hay unas realidades sociales
criticas que prefieren silenciar o no escuchar, y que son sepultadas por la
declaración, la retórica, el comunicado y la negación seudoargumentada. Y como
no escuchan la gente vuelve a la calle, allí donde históricamente la voz de la
comunidad domina la escena.
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