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viernes, 24 de junio de 2016

Opinión / Lo indígena: memoria de lo excluido. Por: Alberto Antonio Verón

En una pared del centro de Pereira, carrera quinta con calle veinte esquina, sobre un almacén de trajes de bodas, el mural de la joven indígena encendió mis esperanzas de una comprensión de las razones históricas de la guerra en Colombia. Entre tantas mercancías, de anuncios publicitarios y autobuses que contaminan la carrera quinta, esa belleza étnica iluminó la calle y me recordó la hermosa sencillez de lo ancestral.

No considero que una imagen valga más que mil palabras. Esa apreciación resulta estúpida, pero la imagen de esa muchacha con marcados rasgos indígenas en pleno centro de la ciudad, emergiendo entre la contaminación, del exaltado desfile de transeúntes, me recuerda que hay una memoria indígena viva, vigente pero ausente  de  la mayor parte de los escenarios de la vida urbana. Una memoria con la cual se encontraron Pizarro y  Robledo en el siglo XVI  y que  en el presente se levanta y sale a las carreteras en forma de “Minga”.

Pereira se reclama mestiza, se reclama antioqueña, se reclama ciudad de migrantes, de arrieros, de comerciantes; pero el único  lugar  que tenemos destinado a los indígenas son las calles donde se produce el extraño viaja hacia la mendicidad de quienes fueron sometidos por la Conquista, separados por la colonización, despreciados sucesivamente y despojados de sus tierras  desde el siglo XVI hasta hoy.

Por eso una niña Embera, sucia en medio de la indiferencia bajo el puente de la calle catorce, jugando con muñecas rotas y pidiendo limosna, es la imagen que 500 años terminaron devolviendo a nuestros ojos y arrojando sobre el asfalto de estas tierras que alguna vez fueron suyas y de nadie, pero que hoy valen, cada centímetro, en manos de especuladores ajenos a cualquier sentimiento de ancestralidad.


Ignoro cual  es el propósito del autor del mural. Pero prefiero recordar lo mejor que provoca en mí: el homenaje, el recuerdo de una etnia orgullosa, que sigue allí, defendiendo el territorio campesino y lanzando su mirada a un lugar más allá de los centros comerciales, del embotellamiento y de las pequeñas guerras que son el día a día de esta ciudad.  Lo indígena como una hermosa memoria de lo que fue negado.



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