El último mes del año
es particularmente oscuro en el neo trópico. Anochece más temprano. La
representación cultural de la Navidad es parte de las alegorías que las
sociedades se dan para reinventar un mundo en el que la oscuridad es sinónimo
de terror, luto, miedo y desesperanza. A cambio, y desde el misticismo, la luz
aflora como anatema para espantarla lejos.
La oscuridad ha sido
el telón de fondo de los relatos apocalípticos. Es el paisaje macabro en el que
se instalan relatos tenebrosos. Para variar, por estos días deambula un rumor advirtiéndonos sobre
tres días oscuridad en vísperas de esta Navidad. Según las lenguas viperinas,
así lo anunció un ser celestial a un feligrés. Uno que otro cura lo
retransmitió a sus fieles.
A decir verdad, en el
caso de Pereira y Colombia, la oscuridad lleva la delantera. No lo digo por el
déficit de alumbrados navideños, ni por el invierno sobrecogedor. Lo digo
porque las tinieblas adornan los
laberintos de los poderes públicos y privados. A cada nada se reitera la
expresión sobre la dominancia de los “intereses oscuros”, como hecho punitivo
que desdice de los funcionarios.
Pasando la página,
entre estas y otras oscuridades la penumbra de la guerra sigue devorando vidas sencillas, humildes y anónimas. Allí donde la nación solo es un
epíteto, una evocación lejana e increíblemente incierta, esas sombras son las
verdaderas. Escapan a la luz de una justicia postrada ante la amenaza, el
soborno y la impunidad. Allí la luz no ha llegado, ni siquiera la eléctrica. Es
la penumbra del olvido.
País nacional que
prefiere vivir en la oscuridad, y que solo ilumina sus andenes una vez al año,
adorando a la Virgen que manda a decir que la oscuridad nos seguirá tragando.
Así sea por tres días como dijo un feligrés interlocutor de la esposa del
carpintero. No es una metáfora como podría pensarse. Es, ni más ni menos, la
razón vulgarizada de una realidad superior a la misma imaginación.
Alumbrar en medio de
la oscuridad es una utopía. Una lucha titánica. Descomunal. Es la tarea
histórica que nos corresponde frente a las tinieblas de la injusticia y los
señores de las sombras, aquellos que desde los poderes terrenales manipulan y
deciden la vida de millones de seres. Alumbrar, también, es denunciar, cavilar,
reflexionar y actuar frente al terror que produce su mortífera incidencia en
nuestras vidas.
Las tinieblas de la
desigualdad que atrapan a la sociedad colombiana están lejos de desaparecer.
Las causas de la guerra también. No puede ser que el brillo de la luz perpetua
sea el único consuelo para las miles de víctimas. Algún día el sol de la
justicia brillará para ellas y los que todavía no han nacido. El Dios de la
historia dirá cuándo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario