De joven radical a negociante, de sindicalista a burócrata, Arango es tan camaleónico con los principios como con las estadísticas. La joya de su corona es un truco de magia con números: se jacta de quintuplicar la cantidad de estudiantes en la Universidad Tecnológica de Pereira, cifra que repite invariable contra sus detractores.
Por Camilo Alzate González
A “Kike” (como
le dicen molestando los muchachos) lo idolatran hasta el fanatismo ciertas élites
políticas y empresariales de la ciudad. “Luis Enrique Arango es un gran
administrador” oí a un reconocido gerente cierta ocasión, “un tipo muy
inteligente”. La inteligencia nunca implica per se trasfondos éticos, ni
negativos, ni positivos. Por eso los grandes logros de Luis Enrique Arango al
frente de la Universidad más importante de la región traen un reverso
cuestionable. Uno habla del baile según cómo le fue adentro. Y los empresarios
-nadie lo pone en duda- gozaron del carnaval.
De joven radical
a negociante, de sindicalista a burócrata, Arango es tan camaleónico con los
principios como con las estadísticas. La joya de su corona es un truco de magia
con números: se jacta de quintuplicar la cantidad de estudiantes en la
Universidad Tecnológica de Pereira, cifra que repite invariable contra sus
detractores. Omite que la deserción superó el 50% por altos costos de
matrículas y créditos leoninos; esa “cobertura irresponsable”, política estatal
de asfixia financiera a Universidades públicas. Olvida también que la
ampliación de cobertura fue generalizada en el país, no el mérito de uno o dos
rectores hábiles.
Lo que sí es
mérito suyo fue solventar la previsible quiebra de la Universidad sacrificando la
idea misma de lo que es una Universidad. Impuso la precariedad laboral de
docentes y empleados, proliferaron carreras privadas a precios exorbitantes, se
esfumó la calidad y el criterio crítico, mientras florecía un modelo de
Universidad-Empresa cuyo único propósito es rentabilizar al máximo el
funcionamiento del claustro: alquilar instalaciones, gestionar proyectos
lucrativos, vender servicios o consultorías o certificaciones o posgrados (o rematar
casas, carros, lotes incluso), junto a alianzas ventajosas con empresas que
enriquecen a unos cuantos. En suma, travestir la Universidad en escaparate con
marca y todo, modelo donde escasean los académicos y abundan los mercachifles. Lo
demás retórica, cifras amañadas.
Las quince
primaveras de Luis Enrique Arango en la Universidad contaron episodios sombríos.
La relación con el estudiantado era siempre hostil. Seis conflictos severos con
la comunidad universitaria acabaron en paros jamás resueltos, de trascendencia
local y nacional. Durante su administración hubo persecuciones, ataques y
amenazas de fuentes desconocidas a líderes universitarios. Graves escándalos de
corrupción desintegraron Alma Mater -creación suya auténtica- metida en el
cenagal de la contratación pública. Las reelecciones que lo perpetuaron en la
institución fueron cuestionadas, algunas evidentemente ilegítimas, mientras bajo
sus ojos engordaron todo tipo de clientelismos, el último, una mafia de fraudes
salariales que desencadena consecuencias penales.
Sale Kike de una
rectoría que parecía vitalicia. Ahora va con todo, buscando aquella vieja fantasía
fracasada: convertirse en Alcalde de Pereira. La Universidad, por lo visto, le
quedó chiquita.
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