miércoles, 11 de diciembre de 2013

Opinión / Vecinos

Navidad

Por: Lucía Correa Echeverri
Es una palabra que suena como un montón de dulces. Como si ante los ojos de un chiquillo apareciera de pronto algo así como un mundo de bombones, de confites rellenos de más dulces.

Es una palabra que suena a mágico, algo que ni en los mejores sueños pudimos nunca alcanzar.

Es una palabra en donde hemos puesto toda la esperanza, la que, debajo de ese sencillo árbol adornado con lo poco que teníamos o lo mucho que había en las casas privilegiadas, nos permitía ver el carrito diminuto que había que empujar con las manitas porque era el más veloz del mundo o la sencilla muñequita elaborada en trapos por aquella mujer que las llevaba cada 8 días al puesto de mercado donde compraba la mamá para una semana y que costaba la fantástica suma de $ 7 pesos.

Por eso, por todos esos recuerdos, es imposible tratar de hacer una columna que no llegue al alma y que lesione o duela a quien la reciba.

Es hora de recordar una vez al año que fuimos niños, que gozamos infinitamente  comiendo esos buñuelos en forma de palomitas hechos por la madre en un fogón de leña que ella hacía en el patio trasero de la casa, combinados con el pedazo de natilla que ella también hacía allí.

El resto del día contando horas y minutos, en esa espera tan eterna, a que fueran las 12 de la noche, la hora en que debía llegar el niño Dios con esos regalos que nos traían y que habíamos pensado y esperado durante tantos tantísimos días.

Que navidades tan bellas; tan llenas de inocencia y amor por esos padres con quienes peleábamos todo el año pero con quienes nos reconciliábamos faltando un mes para su nacimiento, que deseábamos con toda el alma.

Por eso, por tanta felicidad que tuvimos en la niñez, se nos cobra más adelante con las penas y los dolores del alma y sobre todo cuando alguien lleno de buena voluntad dice que hay que olvidar y perdonar. Es tan fácil decirlo, cuesta tan poco cuando los años han trascurrido, pero es tan difícil hacerlo. Tal vez perdonar, pero olvidar jamás.

Día a día llega el pensamiento de qué pasaría si nada hubiera sucedido, cuán diferentes serían las cosas; ¿por qué tuvimos que pagar una cuota tan alta y por qué hemos dejado de pagar?


Papá Noel, San Nicolás o como se llame
Pero hay algo más y  es que quién sabe quién es ese señor que reparte en un trineo y sobre nieve los regalos.

No sabemos quién es y solo recordamos que un dulce niñito rodeado de angelitos regordetes y con sus alitas llegaba al filo de la media noche con los juguetes que tanto anhelábamos y que quedaban debajo de los humildes y sencillos arboles con los presentes.

Esta ilusión duraba hasta que nuestros padres nos contaban la realidad de que eran ellos quienes compraban los juguetes y nos los daban.

No había traumatismos ni tristezas, esa era la realidad, una realidad hermosa que aunque pasen muchos años es Jesús Niño quien sigue trayendo esos regalos tan anhelados que solo una  vez al año recibían.



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