Navidad
Por: Lucía Correa
Echeverri
Es una palabra que suena como un montón
de dulces. Como si ante los ojos de un chiquillo apareciera de pronto algo así
como un mundo de bombones, de confites rellenos de más dulces.
Es una palabra que suena a mágico,
algo que ni en los mejores sueños pudimos nunca alcanzar.
Es una palabra en donde hemos
puesto toda la esperanza, la que, debajo de ese sencillo árbol adornado con lo
poco que teníamos o lo mucho que había en las casas privilegiadas, nos permitía
ver el carrito diminuto que había que empujar con las manitas porque era el más
veloz del mundo o la sencilla muñequita elaborada en trapos por aquella mujer
que las llevaba cada 8 días al puesto de mercado donde compraba la mamá para
una semana y que costaba la fantástica suma de $ 7 pesos.
Por eso, por todos esos recuerdos,
es imposible tratar de hacer una columna que no llegue al alma y que lesione o
duela a quien la reciba.
Es hora de recordar una vez al
año que fuimos niños, que gozamos infinitamente
comiendo esos buñuelos en forma de palomitas hechos por la madre en un
fogón de leña que ella hacía en el patio trasero de la casa, combinados con el pedazo
de natilla que ella también hacía allí.
El resto del día contando horas y
minutos, en esa espera tan eterna, a que fueran las 12 de la noche, la hora en
que debía llegar el niño Dios con esos regalos que nos traían y que habíamos
pensado y esperado durante tantos tantísimos días.
Que navidades tan bellas; tan
llenas de inocencia y amor por esos padres con quienes peleábamos todo el año
pero con quienes nos reconciliábamos faltando un mes para su nacimiento, que
deseábamos con toda el alma.
Por eso, por tanta felicidad que
tuvimos en la niñez, se nos cobra más adelante con las penas y los dolores del
alma y sobre todo cuando alguien lleno de buena voluntad dice que hay que
olvidar y perdonar. Es tan fácil decirlo, cuesta tan poco cuando los años han
trascurrido, pero es tan difícil hacerlo. Tal vez perdonar, pero olvidar jamás.
Día a día llega el pensamiento de
qué pasaría si nada hubiera sucedido, cuán diferentes serían las cosas; ¿por
qué tuvimos que pagar una cuota tan alta y por qué hemos dejado de pagar?
Papá Noel, San
Nicolás o como se llame
Pero hay algo más y
es que quién sabe quién es ese señor que reparte en un trineo y sobre
nieve los regalos.
No sabemos quién es y solo recordamos que un dulce niñito
rodeado de angelitos regordetes y con sus alitas llegaba al filo de la media
noche con los juguetes que tanto anhelábamos y que quedaban debajo de los
humildes y sencillos arboles con los presentes.
Esta ilusión duraba hasta que nuestros padres nos contaban
la realidad de que eran ellos quienes compraban los juguetes y nos los daban.
No había traumatismos ni tristezas, esa era la realidad, una
realidad hermosa que aunque pasen muchos años es Jesús Niño quien sigue
trayendo esos regalos tan anhelados que solo una vez al año recibían.
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