miércoles, 22 de mayo de 2013

Naufragios


Editorial:

Sobre el Gobierno y el arte de navegar mucho han escrito en el pasado. Incluso, desde los tiempos de la Edad Antigua ya se encuentran tratados al respecto en Mesopotamia. Ni hablar en los épocas actuales, donde Gobernar ya se llama Administrar, para darle un carácter gerencial, muy a tono con los ordenamientos donde impera el lucro sobre cualquiera otra premisa.

Nadie, en todo lo que se ha escrito, ha dicho que Gobernar sea fácil, mucho menos sencillo. Tampoco navegar lo es. En realidad, tienden a ser más complejo de lo que parece, con el agravante de que las condiciones globales se han tornado zozobrantes en un tejido de relaciones e intereses cada vez más intrincados.

La política es el arte de Gobernar y de regir, a través de las leyes, los destinos de los pueblos.  Navegar es conducir a un buen puerto a la tripulación y a los pasajeros. Eso nos enseñaron desde hace unos cuantos siglos. Pero tal parece que esa noción se ha desvirtuado por completo, en la medida en que los políticos actuales parecieran no conocer o entender este “arte”, para en cambio empobrecerlo y reducirlo a una simple actividad que busca el pago de favores y, sobre todo, el lucro personal. Y ya los capitanes encallan los cruceros mediterráneos mientras se dedican a brindar con sus amantes.

Gobernar, además, exige carácter, reciedumbre y alta capacidad de tomar decisiones, asumiendo sus consecuencias. Y todos ellos son atributos escasos entre la clase dirigente contemporánea. Apenas quedan arlequines que se mueven al ritmo de las encuestas o, en otros casos, al son de los intereses de sus mecenas políticos. Incluso, los capitanes se desentienden mientras funcionan el piloto automático y los sistemas de posicionamiento satelital.

Gobernantes recios y capitanes decididos han quedado anclados en el pasado. Restan, siempre visibles, muchos ambiciosos administradores de microempresas electorales y también marineros marcados por la despreocupación. Se ufanan de drásticos, de imponer el “imperio de la ley”, pero no son más que piltrafas de seres humanos. Enanos físicos y morales. No hay líderes. Eso es evidente.

¿Pero qué pueden hacer los pasajeros de este naufragio en cámara lenta? Al parecer, lo más evidente: luchar por salvar sus vidas. Otros pasajeros, un poco suicidas, pero plenos de solidaridad, intentarán salvar del naufragio a la mayor cantidad posible de ciudadanos pasajeros.

Salvarse y salvar permitirán la inmediata sobrevivencia colectiva. Luego, no queda más que el retiro del respaldo para aquellos que no supieron ser grandes cuando la oportunidad histórica se los exigió. Y, por supuesto, que los tribunales se encarguen de cobrarles en justicia la rapacidad y despreocupación.

En fin, lo frustrante es ver a un pusilánime gobernante haciendo el papel de mascarón de proa de un barco que se hunde. Mientras tanto, el dueño del tesoro ya ha esquilmado lo que quedaba poniéndolo a buen recaudo. El tonto arlequín pagará en solitario el precio del desastre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario