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domingo, 24 de julio de 2016

Opinión / Pobre ciudad. Por: Carlos Victoria

¿Qué pretenden con auto proclamar a Pereira como capital del Eje Cafetero? . ¿Este slogan es fruto de un consenso? ¿Qué le importa a un habitante de Villa Santa Ana o de Pinares que la ciudad sea rebautizada? A mi juicio, estas y otras muchas preguntas solo surten un cumulo de representaciones y realidades asimétricas a la realidad específica. Esa realidad que se mimetiza bajo la solapa de la publicidad institucional. Publicidad que atrapa y resume pero que también dice.

Si el tal “cambio” se diluye entre cursilería gubernamental y los fantasmas que velan en torno a la contratación pública, Pereira solo es una ciudad, como otras tantas, donde la gente se aferra a hitos de identidad que nuclean sus sentidos culturales y sociabilidades, eso si cada vez más diluidas en el caldo del consumismo, el individualismo y otros tantos ismos que terminan por indigestar la existencia llana.

De la carreta de la pereiranidad solo queda la voz peregrina de sus impulsores. Alguna vez también la pretendieron, a cambio de muchos dólares, llamarla la capital de la “cultura americana”. Y como a cualquiera que se le ocurriera decir algo  la proclamé en 1990 la “capital mundial del despecho”. Una desproporción de la que nunca (nunca…) me arrepiento. Cuando muera espero que no lo olviden.


Ciudad cívica, ciudad sin puertas, capital del departamento piloto y más y más consuelos para una ciudad huérfana de liderazgos éticos y auténticamente democráticos. Ciudad conservatizada y racializada por ideales de clases legendarias pero también espurias que se disputan el espacio económico y simbólico del poder. Ciudad sitiada por el microtráfico y el hampa de todos los pelambres. Pobre ciudad. Ciudad pobre, donde la gente honesta es lo mejor.

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