En plena adolescencia Orlando Salazar y uno de sus ocho
hermanos, llegaron al centro de la capital risaraldense proveniente del campo
en busca de un mejor futuro; en la ciudad descubrió su pasión por las flores y
hoy es uno de los floristas más antiguo que tiene el cementerio San Camilo.
“Tenía 12 años cuando llegue a Pereira y le ayudaba a los
floristas a vender, poco a poco fui aprendido hasta que logre tener mi propio
negocio y hoy con 47 años de edad, además de vender ramos para vivos y difuntos,
también doy clases”, expresa este pereirano.
Salazar, calificado como un ejemplo de superación por sus
mismos compañeros, ha encontrado en las flores no solo un arte, también el
sustento propio y el de su esposa y su hija; un arte que le ha costado sacrificios
pero que le ha permitido lograr más que reconocimiento, satisfacción por los
méritos alcanzados.
Como Orlando existen otros floristas de tradición que a
diario salen de sus hogares con rumbo a la calle 32, esperando que cada día sea
una fecha especial para alguien y junto a los pereiranos celebran matrimonios,
primeras comuniones, cumpleaños, aniversarios, pero también lloran la partida
de quienes se van del mundo terrenal y dejan ver lo mejor de sus sentimientos
en la combinación de cada flor.
En este lugar muy cerca a donde reposan los cuerpos de
quienes se fueron dejando un gran vacío en el corazón de sus seres queridos, una
gran explosión de color impide olvidar la alegría por muy triste que este el
día y detrás de la sonrisa de cada florista, abunda la esperanza de una ciudad.
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