Gana el blanco
Colombia se apresta para un nuevo año
electoral, en el cual se elegirán congresistas y el Presidente de la República.
De nuevo la democracia, al parecer la menos imperfecta de las formas de
gobierno, pondrá a los ciudadanos en la difícil tarea de elegir entre un
abanico en apariencia diverso.
Se afirma “en apariencia”, pues si se
mira con detalle a cada uno de los candidatos a las corporaciones y a los
presidenciables, apenas queda el desconcierto de confirmar una intuición: casi todos
ellos representan más de lo mismo. De todo eso que nos ha quedado en poco más
de 200 años de vida republicana: desgreño, corrupción, nepotismo y engaño.
Por eso no resulta desconcertante constatar
los resultados de una encuesta reciente realizada por Gallup y difundida a
través de varios medios. En ella, que explora la intención de voto entre los
candidatos en ese momento inscritos, los resultado obtenidos son más que
dicientes (Voto en blanco: 30.6%, Juan Manuel Santos: 27%, Óscar Iván Zuluaga:
14.9%, Antonio Navarro: 12%, Clara López: 7.2%).
Este es, sin duda, un llamado de atención
para la clase política, no solo nacional, pues en nuestra ciudad sí que vivimos
en carne propia la ineptitud y deshonestidad de quienes dicen representarnos. Votar
en blanco es “una expresión política de disentimiento, abstención o
inconformidad, con efectos políticos” y “el voto en blanco constituye una
valiosa expresión del disenso a través del cual se promueve la protección de la
libertad del elector”, según la Corte Constitucional.
La abstención, históricamente elevada, le
ha hecho un gran daño a los procesos democráticos en Colombia y ya es hora de
poner en práctica el voto en blanco, que algunos consideran como abstención
activa, pero de ningún modo equiparable a aquella otra.
Recuerde que es falso eso de que la
cantidad de sufragios en blanco se le suma al candidato que obtenga la mayoría
de votos. No. En cambio, sí es cierto que si en una elección los votantes en
blanco obtienen la mayoría absoluta, esta jornada electoral debe repetirse con
otros candidatos que permitan opciones distintas.
En Colombia toma fuerza esta iniciativa, una
manera democrática de reaccionar ante una casta política considerada ruinosa
para el país, que no ofrece alternativas y que, cuando se ventila como
alternativa, al asumir el poder termina reproduciendo los males de los partidos
tradicionales.
Por eso, campañas como “Nadie Presidente.
Creo en nadie. Nadie me cumple sus promesas de campaña”, llaman la atención,
pues demuestran un hastío enorme de una ciudadanía que, pareciera, despierta de
manera lenta de esa apatía con la cual se beneficiaban los de siempre: los
políticos inescrupulosos.
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