Por Abelardo Gómez Molina
Un cielo sin estrellas,
lleno de brumas, fue el marco para que la fachada de la antigua estación del
ferrocarril se convirtiera en el telón más grande visto en la ciudad, un lienzo por el cual pasaron pinceladas de su
historia.
El cielo teñido de colores
por los fuegos artificiales fue el preámbulo para una noche que muchos jamás
olvidarán, una noche para guardarla entre los recuerdos más bellos de esta
ciudad amada. Desde el inicio los aplausos entusiastas saltaban para romper el
espasmo de una noche fría pero plena de emoción para gozar de la “Estación
memoria”.
Luego de unas palabras
protocolarias -por cierto con abucheo y silbatina para
Luis Enrique Arango, rector de la UTP, y para el Alcalde Enrique Vásquez- la
magia empezó su despliegue con el vuelo de un pájaro que dejó ver una selvática
zona. La región primera que el hombre primitivo apenas descubriría mucho
después.
Los pobladores
precolombinos, representando un ritual Quimbaya, salieron al balcón para que el
ballet Michua se luciera al ritmo de ocarinas, flautas y sonidos africanos,
incluida la interpretación de la marimba de chonta. La Banda Sinfónica
Municipal, la Orquesta de Cuerdas de la UTP y otros músicos invitados se
entregaron por completo.
La expectación era enorme
entre el público que presentía que esa entrada maravillosa sería apenas el
abrebocas de una noche extraordinaria y lo que siguió no demeritó para nada las
esperanzas.
Apareció luego la iglesia
construida en techo de palma donde, según la tradición, se celebró la primera
misa. Remigio Antonio Cañarte volvió a oficiar su liturgia ante una feligresía
que corría acuciosa al llamado de la campana.
El tren pasó luego,
robándose los aplausos y bravos de los asistentes, para retornar a la estación
que abandonó hace más de cuatro décadas debido a las erráticas decisiones de
quienes no supieron planear el futuro en su momento.
Más adelante, miles de
cuadros rebotaban contra la fachada de la Estación. Imborrables imágenes que
quedaron adosadas en la memoria de los asistentes completaron la escena para
dejar extasiados a los pereiranos de nacimiento y a los hijos adoptivos de esta
“ciudad sin puertas, ciudad luz”, como termina “A Pereira”, la hermosa canción
de Camilo Giraldo –director musical del espectáculo- interpretada a su vez por
Victoria Sur, en una salida que fue uno de los momentos más emotivos de esa
noche que mostró una estrella solitaria.
Carmen Gil, directora
audiovisual; César Castaño, director escénico, y el más de centenar de personas
que participaron en el montaje, recibieron un aplauso largo que aquí no está
demás repetírselo. Muchas gracias.
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