sábado, 11 de mayo de 2013

Ana María Arenas Mejía, germinando amor

Casi 30 años al frente de la Fundación Cultural Germinando y un largo vínculo con la comuna, como residente y gestora de procesos comunitarios.  Sensibilidad y solidaridad, palabras que resumen su vida.

“Pequeño burguesa”, fue uno de los calificativos que recibió cuando estuvo haciendo teatro bajo la tutela de Antonieta Mercuri y Alfonso Marín, por allá en los convulsos años 60. Es que bajar desde su enorme casa en el barrio Cámbulos –la llamada Casa del Obispo–, en el sector de la Circunvalar, hasta la modesta sede de los ensayos, no era un ejercicio que admiraran algunos de sus compañeros.

Ana María Arenas Mejía

Aunque su familia tenía alguna solvencia económica, en  Ana María siempre fue clara su apuesta por los desprotegidos, en particular los menores que sufren los rigores de una sociedad pensada para la producción y el consumo. Su sensibilidad la tuvo por muchos años  en la práctica del teatro como opción de vida, al lado de grandes maestros como Santiago García, Patricia Ariza y Miguel Torres. Incluso, estudió Filología y literatura en la Javeriana.

Es una vegetariana convencida, cuyo rostro exterioriza señales de un carácter muy fuerte, pero que cuando se dispone a hablar lo hace con toda la apertura y dejando evidente la enorme afinidad por lo social, por los otros y las posibilidades que tiene la solidaridad. En ese momento sonríe: piensa en los demás.

Sus tres hijos –Juan Sebastián, Sofía y Víctor Manuel– escogieron caminos diferentes a los de su madre, pero desde pequeños aprendieron a conocer la realidad acompañándola en las múltiples actividades que realiza en los barrios más desprotegidos de la ciudad.

Salió a buscar nuevos aires y su extrema inquietud la llevó a vivir en los años 70 en Suecia, durante el gobierno del asesinado Olof Palme, compartiendo apartamento con una integrante de Amnistía Internacional. Por eso dormía rodeada de los archivos que contenían miles de casos que esta organización investigaba en el mundo.

Vida sosegada
Amante del cine, son frecuentes sus visitas a las salas de la ciudad en busca de aquellas películas que alimenten en algo su interior y la mirada que tiene de la sociedad. Por eso títulos como “El piano” y “La piel del deseo” hacen parte del menú personal de favoritos. Eso sí, advierte que le duele en extremo “Las tortugas también vuelan”, por su dureza al mostrar la realidad de la infancia iraní. 

Tiene afinidad por diversos tipos de música, según los momentos. Cuando se reúne con sus amigos escucha son cubano. Cuando está en los momentos de soledad o concentración, prefiere escuchar a Mozart o a Bach, en particular su “Aire”. Aunque la lista de sus preferencias musicales es larga, e incluye “No me arrepiento de nada”, interpretado por Edith Piaff; o “Te vi”, de Caetano Veloso. Entre risas y algo de serio, dice que le gustaría que la enterraran mientras suena “El carretero”, de Guillermo Portabales.

En la actualidad vive en las afueras de la ciudad, en la zona de La Bella, cansada del ruido y buscando la tranquilidad que solo da el campo. Una decisión que asumió mientras forma a la niñez campesina de La Honda, pues tiene la certeza de que los cambios se deben dar desde la infancia. Se fue a vivir allí siguiendo las huellas de Guillermo Castaño, a quien no duda de calificar como su maestro y un ejemplo de coherencia.

Hasta esa decisión le sirvió para reflexionar y dejar de manera parcial uno de sus más acentuados vicios: el cigarrillo. De 18 diarios pasó al consumo de tres.

Esta mujer, ya bien grande, recuerda con nostalgia a su padre, Ricardo Arenas Gaviria, un hombre lleno de sensibilidad social y artística, lo mismo que su madre, Magola Mejía Vélez. Con ellos vivió momentos de profundo enriquecimiento personal, en el arte y el afecto. Los recuerda con inmenso afecto y vive a la espera de que sus sueños pendientes con la Fundación Germinando se hagan realidad, como aquel de montar toda una línea de turismo infantil.

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